Narciso o el nacer de la mirada
Dies also: dies geht von mir aus und löst
sich in der Luft und im Gefühl der Haine,
entweicht mir leicht, und wird nicht mehr die Meine
und glänzt, weil es auf keine Feindschaft stößt.
Dies hebt sich unaufhörlich von mir fort,
ich will nicht weg, ich warte, ich verweile;
doch alle meine Grenzen haben Eile,
stürzen hinaus und sind schon dort.
Und selbst im Schlaf: nichts bindet uns genug.
Nachgiebige Mitte in mir, Kern voll Schwäche,
Der nicht sein Fruchtfleisch anhält. Flucht, o Flug
von allen Stellen meiner Oberfläche.
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Jetzt liegt es offen in dem teilnahmlosen
zerstreuten Wasser, und ich darf es lang
anstaunen unter meinem Kranz von Rosen.
Dort ist es nicht geliebt. Dort unten drin
ist nichts als Gleichmut überstürzter Steine,
und ich kann sehen, wie ich traurig bin.«
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(Aus: »Narziß« von Rainer Maria Rilke. Manuskript.)
Manuscrito: “Narciso“, Rainer Maria Rilke
Y esto: esto emerge de mí y se disuelve
en el aire y en el sentir de la arboleda
Y casi se escapa, y no será más mío
Y brilla, pues ninguna enemistad lo afronta
Esto se eleva, incesante, fuera de mí
No quiero estar fuera, espero, me detengo;
Pero todos mis confines me apresuran
Caen hacia fuera y ya están allá.
Y aún durmiendo: nada puede contenernos del todo.
Dócil centro en mí, núcleo poblado de debilidades,
Sin semejanza alguna con la propia carne frutal, fuga
O vuelo desde cada punto de mi superficie.
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Ahora, abierto, yace en el agua imparcial,
desperdigada y, bajo mi corona de rosas,
consiento admirarlo largamente.
Allá no es amado. Allá dentro,
en el fondo, no hay más que ecuánimes piedras apiladas,
y puedo mirar: qué triste me encuentro.
El poema se encuentra citado en la nota al pie no. 5 del texto de Lou Adreas Salome “Narzißmus als Doppelrichtung”. Buscando, aún no encontré una traducción previa al español. Esto, por supuesto, no significa que no exista. Sin embargo, aquí presento mi propia traducción, aún inédita.
“Weg-sein”: estar fuera, desprendido, disuelto el vínculo primario/elemental consigo mismo, desvinculación del narcisismo primario
En la literatura alemana abundan las líneas con las palabras “weg-sein” o simplemente “weg”, acomparsadas con un “quiero” o “no quiero”. En este poema, “Narciso“, de Rilke, por ejemplo, en el segundo verso de la segunda estrofa: “ich will nicht weg“, “no quiero estar fuera“. Otro ejemplo paradigmático es la primera línea del Werther, que también es eco profundo del Narciso mítico: “Wie froh bin ich, dass ich weg bin…”, “Qué alegre estar fuera de mí“. Resulta un enigma lingüístico imaginar el sentido de este “weg“, de ese lejano y misterioso “no estar-estando“, “estar sin estar“. Al contrario del heideggeriano “Dasein”, ser-ahí, parece oponerse a este “weg-sein“, como un no-estar-ahí, y no obstante, estar ahí sin desearlo.
Lou A. Salome cita estos versos en su texto hermenéutico del término “narcisismo” freudiano, en donde esclarece su duplicidad, la dinámica de sístole y diástole del yo en una pérdida y una ganancia conjuntas de si mismo y del mundo “allá fuera”. El núcleo de la doble naturaleza del narcisismo se encuentra claramente imaginado en el poema de Rilke dedicado a Narciso, aquel “padrino de bautizo” de semejante fenómeno humanamente precioso.
La emergencia o Nacimiento del yo es una pérdida para Narciso, un dolor de parto, es su salir de si, de su ser-uno-con-todo, a ser uno-sin-todo, pero: cabe-todo. Su salida significa descubrir el horizonte no-yoico hacia la naturaleza, hacia lo no-yo que es cualquier cosa, pero es, precisamente, en esa salida donde se encuentra consigo mismo, donde reconoce su yoicidad. El “re-encuentro” consigo mismo es un salir de si hacia lo “otro”, lo “natural” que, al partir hacia allá, sufre una pérdida: en este salir algo se pierde. Aquello perdido en el encuentro con lo otro es la union elemental de todas las cosas, un hipotético estado anterior de union cósmica, universal y absoluta.
Es imposible evitar una dosis de oxímoron y paradoja al hablar de esta salida-entrada, pérdida-encuentro, porque expresa precisamente la naturaleza misma del Nacimiento del yo y de lo otro. El Nacimiento del yo emerge de esta unión prístina y oscura a la vez, pues se le ve como unión solo una vez que ha acaecido el divorcio con ese todo difuso. Se le ve tarde, se le encuentra solo en retrospectiva nostálgica, como la nostalgia de Narciso al encontrar su reflejo. Pero no es una nostalgia por ser el mismo en el momento en que se mira en el Espejo del agua, sino una nostalgia por lo que ya no es, por lo que ha perdido en el encuentro con su reflejo, porque antes no había reflejo y por ende, él mismo era su propio reflejo y podía amarse enteramente en un gesto casi antropofágico de ser y consumirse a si mismo.
La fuga nombrada reside justamente en el huír del yo hacia el reflejo o mejor dicho, en la incapacidad innata de ser y reflejarse simultáneamente, en la imposibilidad de ser y verse siendo. Se vive como una fuga, siendo más bien un autoreconocimiento. Es así como el nacer del yo, cuando Narciso cobra conciencia de que él no es todo, duele, se padece como una pérdida, un fracaso, siendo, quizá, más bien una Victoria. La Victoria de haberse encontrado en el todo, como individuo arrojado a si mismo y al mismo tiempo arrojado a lo otro, en un doble-arrojo que lanza la mirada al agua, al Espejo. Nada resiste la salida del pre-yo hacia el afuera, nada se le opone o lo confina, sino que el yo naciente estira sus “pseudopoda”, sus “falsas extremidades”, infinitamente hacia lo lejano, para así, al unísono, caminar de regreso hacia si mismo, en una “acto acrobático” sinigual, de ida y retorno coincidentes. Y en ese camino-retorno, el pre-yo se resiste, su única Resistencia no está allá, afuera, está en la nostalgia de ser todo. No obstante “todos sus confines lo apresuran”, es decir, las extremidades incipientes del yo recién nacido lo fuerzan, lo apremian a salir, a trascender su estado de microscópico y monocelular pseudo-todo. Pues en ese estado prematuro de difusa union no hay, en verdad, nada, sino una confusion de narcisimo primario, sin sentido ni sentimiento alguno de amor ni a si mismo ni al todo, aparentemente anclado en el yo. Incluso el sueño que pareciera una suerte de “criptobiosis” –estado durmiente semejante a la muerte – no es capaz de retornar a esa unión: una vez que el yo ha salido de su estado de pre-yo, no encuentra el retorno perfecto “ahí”, que es, por razones casi naturales, imposible de rescatarse.
Y Rilke retorna al concepto clave “Fuga”, donde el yo, cual Tardigrado, que respira sin necesidad de órgano específico, sino inhalando y exhalando desde toda la cutícula que lo rodea, o sea, respirando con todo su cuerpo: el yo transpira, se suda a través de todos los puntos de la epidermis. La piel del yo es demasiado delgada para contenerlo, el yo se le escapa al yo constantemente, y entre más se aferra a apropiarse de si mismo, más fácil se pierde en el fondo rocoso de océanos mortales. La pretension de aferrarse a ese yo primigenio se parece a la vana intentona por capturar los peces húmedos y resbalosos con los dedos al cambiarlos de una pecera a otra, entre más se apretujan, más se resbalan y se cuelan hasta caer de nuevo en su pecera; o incluso es como querer contener el agua misma con las manos, y entre más se aprieten los puños, más facilmente se fuga el agua entre los dedos. Narciso se encuentra por primera vez con el líquido del yo y no conoce aún su naturaleza líquida, resbalosa, furtiva, que se escapa en cada intento de captura, de caza.
El yo es una ladrón que se oculta de si mismo, que se roba a si mismo la identidad y en ese robo se la entrega. Es el ladrón en el Espejo, sin saber que él mismo es víctima de su propio hurto. Narciso pretende robarse el rostro, en el enamoramiento primigenio del yo consigo mismo, que, no obstante, implica la imposibilidad de unión auténticamente amorosa, pues se desperdiga, se disuelve en el agua del todo que no es él mismo, y a su vez, precisa de esa agua, como el oxígeno vital del pulmón animal.
La tristeza de Narciso es la tristeza concomitante del narcisimo, la tristeza de jamás ser uno con uno mismo y de la necesidad perenne de salir de si mismo al encuentro o reencuentro con lo otro para regresar siempre derrotado al núcleo “poblado de debilidades” que es el yo reflejado, reflexionado. Entre las “piedras ecuánimes” mira su propia tristeza, mientras que el “agua imparcial” tampoco sufre, la naturaleza no padece lo que padece Narciso, ella está ya afuera, es ese afuera: evento de encuentro con el yo, que no se resiste, que se deja vencer, venciendo de esta manera. Es como una Guerra, donde solo hay un enemigo, mientras que el oponente no es en realidad oponente, sino la proyección especular del primer enemigo que le atribuye deseos bélicos e incluso victorias y derrotas. Es la Guerra contra si mismo, no, no solo contra si mismo, sino contra el narcisimo primario que goza al imponerse, cual tiranuelo de pueblo.
Quizá va apareciendo, lentamente y a pasos forzados, el sentido o sentimiento enigmático de ese “weg”, de esa ausencia presente, o presencia deseada de lo ausente, de lo que, talvez, ni siquiera existe: de ese yo primigenio y oscuro. Y simultáneamente, se va desvelando la doble estructura del narcisismo, sus victorias y sus derrotas sentidas pero no vividas.
Sospecho que ese “weg” radica en la raíz bipolar del Nacimiento del yo, singular y plural a la vez. La tristesse de Narciso, su nostalgia, ese dolor por lo lejano, por lo sido, podría desatar el nudo gordiano que se fuga en la trascendencia del yo. La tristeza es el estado adecuado para el encuentro motivado por el des-encuentro. El encuentro con el yo por parte del pre-yo con lo otro, y por medio de lo otro, consigo mismo. Este instante es un momento de encuentro y des-encuentro simultáneo, de lejanías y cercanías mutuas entre el todo, el yo, y lo otro. Es parecido al momento del “aura” cuando se padece migraña. En mi triste caso consiste en mirar fragmentado mi rostro en el Espejo, es un encuentro desfigurado con la figura, en donde el contraste con el yo completo-imposible, aterra y parece casi locura: desfiguración del universo que se habitaba en la comodidad del sin-dolor.
El encuentro con el yo es muy parecido al inicio de la ceguera, a la pérdida de una vision totalizante que abarca el todo, por no ser en realidad un “mirar”, sino una suerte de mirar previo, que se mira a si mismo como si fuera todo. En el momento en que Narciso comienza a mirar, lo primero que ve es su reflejo, y entonces, queda ciego con respecto a ese pre-mirar, a ese ver “ciego” del naricismo primario. M. Yourcernar afirmaba que Borges era un vidente: “Pongamos al lado de esta imagen, si les parece bien, la fotografía que Ferdinando Scianna tomó en 1983: La mano de Jorge Luis Borges saliendo de la manga de una chaqueta y de una camisa de hoy, «leyendo» el busto de Julio César…” Y continúa comparando la lectura ciega del poeta con la ceguera profana: “Ahora bien, hay muchos de nosotros que no se ven. La inmensa mayoría de los hombres no se ve: la muy noble modestia de Borges proviene de que él se ve como es, único y sin embargo igual a cualquiera, como lo somos todos. Pero la mayoría de nosotros no ve al que tiene enfrente, ni al universo. El vive lo uno y lo otro.” Es sumamente interesante que Yourcenar no afirme que la mayoría “no ve”, sino que magistralmente imprima la reflexión, el reflexivo verbal, el acto reflejo: “la inmensa mayoría no se ve”. La ceguera es múltiple y se multiplica en su flexion, en el reflejo.
La mirada nace concomitantemente al yo, nace cegado y vidente, ciego para ese todo difuso que le antecede, vidente para un nuevo mundo, donde es posible encontrarse o perderse. El ya conocido verso del poeta aleman, el Hölderlin cegado por lo que Zweig bautizó definitivamente con el nombre de “Umnachtung” (término alemán utilizado para nombrar la locura, cuya etimología más bien refiere a un en-nochecimiento) ,“Edipo, tal vez, tenia un ojo demás”, expresa la ceguera exacta de Borges, sublimada en poesía, en el tacto dócil que acaricia el busto de Julio Cesar, no para mirarlo, sino para exigirle su presencia material, para agarrarlo enteramente. No es coincidencia que Salome recurra constantemente al poeta para explicar el fenómeno del naricismo y, que la cultura del mundo imagine siempre ciego al poeta. El poeta es el Narciso sublimado, aquél que encontró no solo su reflejo, sino en él, a todas las cosas, y las tocó, y las acarició y olvidó que era únicamente un reflejo, un Espejo, una gota de agua empapando el cosmos de lo visible –y quizá, más bien—, de lo invisible. Rilke en sus Cartas desde Muzot de 1935 también recordaba lo invisible…esa dimensión arcaica y sempiterna donde habita todo lo que se ha ido, al no poder imaginar, con todo y su imaginación de poeta, que las cosas pudieran desvancerse cabalmente, desaparecer o fugarse a la Nada.
La fuga es la semilla del poema, aunque no suene en su centro. La fuga también está en el inicio, en esa voz misteriosa, en ese “weg“: la desvinculación, el arrancarse furioso y violento de la mirada hacia afuera, del pre-yo al yo. El “weg”, el primero de todos que suceden en el tiempo de las despedidas – pues ese es el único tiempo, éste que vive en eterna despedida – , representa una desvinculación atroz del lazo elemental del yo y el todo. De ahí la miseria, la tristeza de encontrarse con ese reflejo adelgazado, nimio, con ese resto del yo imaginado por la fantasía pueril de Narciso. A veces: más valiera no verse en el espejo.
La fuga, el “weg”, no obstante, también tiene su alegría. Así Werther lo afirma, lo confirma en esa línea fatal: Qué alegría la de estar “ido”. En español se dice “estar ido” y tal vez consista en un eco mutuo, resonante, de este “weg” werthiano. Su sentido es versátil y a la vez claro, nombra el fenómeno fantástico de ausentarse en carne y hueso. “No-estar-estando” muchas veces resulta propicio en su respectiva potencia de estar, entonces, en todas partes y en ninguna. La obicuidad humanamente acequible es un ausentar-se, una doble reflexión. La primera reflexión consistente en el encuentro de los narcisos infantiles con su imagen; la segunda, en regresar del Espejo, en dejar de mirarse solo a si mismo, y mirar lo demás, lo otro, el afuera fugado. Werther está alegre y está ido, y está alegre porque está ido.
Huír no siempre es simplemente fugarse, no solo es evadirse, sino que, en esta cadena de paradojas también es un reencuentro. El refugio de la huída no es la mirada obcecada que quiere apropiarse del propio reflejo. Eso no es refugio: es acabar desperdigado en un fondo de piedras amontonadas en oscuras y maternales aguas. El refugio está en trascender, mas no en permanecer fijado en la imagen, estáticamente, como un microscopio ciego. Dejarse apremiar por los propios límites, que ya de suyo desean, se impulsan hacia fuera de la delgada epidermis del yo recién nacido. Dejar que se apresuren, que salten hacia afuera, que se desperdiguen sin perderse como el agua, que sola encuentra su cauce, sin necesidad de algún puño que la estrangule. La evasión confina, mientras que trascender la carne imaginada, especular, resulta –con toda su improbablidad— en no abandonarse a la fuga de la Nada, en el reencuentro con las líneas y horizontes de todas las cosas que nos configuran.
El yo liberado de su telaraña crepuscular araña, desaforado, los tejidos dérmicos de su prision inmaculada, para salir y padecer y gozar, sin jamás volver, revolver-se en su crisálida originaria. En un solo instante, entonces, a través del deseo, se define el destino de cada cosa.
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