Instagram y la muerte del mundo

2015

F. Wirtz

Cuando entro en Instagram no puedo evitar querer ser como esas personas. Quiero tomar sus desayunos, vestir como ellas, vivir donde ellas viven y hacer lo que ellas hacen. Hipsters, artsies, neogeeks, da igual, no tiene que ver con esas absurdas post-subjetividades. No, Instagram es otra cosa, el formato es lo que importa. Una foto cuadricular y filtros vintage o artsy. El mundo se transforma y el post-mundo se post-mundiza. A través de esos filtros todo parece remitir a un pasado inexistente. Como si se remitiera a una época verdaderamente “cool” que sólo es posible revivir como imitación de segunda. La estética vintage redirecciona esas imágenes al pasado, pero son imágenes de la actualidad. ¿Qué se añora, un analogismo pasado? Lo post-digital es lo distópico continuo, el deslizamiento (glitch) permanente de la actualidad hacia los bordes. Instagram es la superficialidad, la alucinación. Con esto no pretendo confrontar lo “auténtico” con lo “superficial” o “aparente”. Instagram destruye esa dicotomía con la idolatría de lo cotidiano-burgués. Lo auténtico es lo aparente. Ya Nietzsche decía en El orígen de la tragedia que los griegos eran profundos por ser superficiales. Pero este es otro tipo de superficialidad. Es igual de nihilista, pero sin el sentimiento de lo trágico. Es la consagración de Starbucks, del desayuno, de la mañana. No sé si es auténtico o pernicioso. Lo que sé es que habla del post-mundo, que nos enseña algo acerca del fin del universo. Por eso admito que quiero habitar allí, comprendo esa nostalgia. ¿Dónde se puede ser más feliz que en el brillo esmeralda de una palta o en la nebulosa espuma de un cappuccino. Ahí es donde el mundo se pierde y se disuelve y ya no existe el futuro. Pero lxs datatrashers no se permiten esa lujosa evasión. El post-mundo les enseñó a base de desilusiones que no todo lo que brilla, brilla. Las imágenes bonitas sólo pueden pertenecer a otro tiempo. La Gran Máquina transforma todo en máquina y todo en deseo. El tiempo de las post-máquinas bosteza.

F. Wirtz