La madre de la carcayú había hecho todo lo posible por enseñarle a su hija todo lo necesario para vivir en solitario. Sin embargo, un día murió repentinamente y la carcayú sintió un enorme sufrimiento, una sensación de incertidumbre y de soledad que comenzó a paralizarla. Por las noches, la angustia la despertaba, provocándole un profundo sollozo que perduraba hasta el amanecer.
Como ya no existía quién la consolara, aprendió a consolarse sola para no morir de tristeza, como ya no existía quién la alimentara, aprendió a alimentarse sola para no morir de inanición. Comprendió que, pese a los esfuerzos de su madre, sólo de ella dependía la posibilidad de aprender a vivir en soledad. Después de aprenderlo, sintió una inquebrantable fuerza en su corazón.
Nadie, más que nosotros mismos, puede enseñarnos a vivir en soledad.