El alma de un fuerte e imprudente guerrero había reencarnado en un grillo. Éste se sentía tan poderoso, que creyó tener la plena libertad para realizar todo aquello que él quisiese. Por las mañanas, deambulaba por los bosques, bebiéndose todo el rocío de las hojas, cavaba túneles inmensos que terminaban en enormes cámaras de canto y, durante el día y la noche, mataba y devoraba agresivamente a sus congéneres.
Un día, tras beber el agua de un río, observó que en sus orillas se encontraba un frágil huevecillo y, confiando en su fortaleza, se lo tragó. Ocurrió que del huevecillo nació un gusano, el cual comenzó a alimentarse y a vivir parasitariamente dentro de él. El gusano terminó por desarrollarse y se fortaleció, ocupando todo el cuerpo del grillo. Cuando adquirió el control de todos sus impulsos, le ordenó al grillo que se arrojase al río y, después de que éste muriera ahogado en el agua, el gusano abandonó su cuerpo. Y así fue como el alma de un fuerte e imprudente grillo reencarnó en un frágil huevecillo de gusano.
Siempre terminarán perdiendo el control sobre sí mismos quienes están convencidos de tener el control sobre sí mismos.