Welles y Polanski

Well, everybody is somebody´s fool.” O. Welles

Me decidí a ver el peliculón de Welles “Lady of Shanghai” motivada por una lectura de Deleuze, a saber, “Lo actual y lo virtual”[1]. Deleuze, en su típico estilo cromático, acude a la película para expresar una idea difícil de plastificarse, de extenderse en la dimensión espacial del discurso. En lo virtual parece resonar directamente el viejo y desgastado concepto aristotélico de potencia, transfigurado, entre varias acepciones, en vir, fuerza, pero a la vez, latencia potente. No es una referencia obvia, dadas las metamorfosis del término, el cual ahora se usa, sobretodo, para designar aquella realidad plasmada en las pantallas y en los lenguajes matemáticos que sostienen el aparato de la virtualidad. Sin embargo, en el uso cotidiano de ´virtual´ no se ha desdibujado aún el sentido original, eso que es en cierta medida real y en otra, irreal. La pura contingencia de lo múltiple. 

El guión de la película se basa, como en una suerte de lenguaje matemático, en la novela de Sherwood Kings “If I die before I wake”. Desconozco la novela, pero eso no tiene importancia. Welles decidió manipular el guión para sus propios fines, báñandolo de una virtualidad puramente deleuziana – valga el anacronismo. La virtualidad acompaña indeleblemente, como una estampa o una calcomanía, a lo actual, dándole a todo lo real una dósis de misteriosa alianza entre dejavús y mágicos pronósticos. Sin embargo, lo virtual nunca se asoma enteramente, porque nunca es algo entero, pero tampoco fragmentado. Está antes de toda completud y su consecuente fragmentación. Está al di lá de lo que existe, pero a su vez persiste, inadvertido, en la individualizada presencia de lo actual, aquello que desgarra por su aterradora realidad concreta. Alcanzo a ver dicha virtualidad en un aspecto de la dama de Shanghai, y no solo en el decurso fílmico, sino incluso en el título mismo, en una palabra del título: Shanghai. Shanghai aparece más bien desapareciendo en un pasado remoto y jamás visible. Shanghai es una potencia fantástica, una fantasmagoría enterrada en el pasado, sin forma ni fondo, pero latiendo constante en el presente, como laten los fetos que llevamos dentro de lo que fuimos y llegaremos a ser. El hilo conductor de la cinemagia orsoniana reside en esta virtualidad, en este fantasma que, siempre ausente, determina el curso y el destino de cada personaje, sin nunca hacerse presente, ni enteramente, ni en pedacitos. Jamás sabremos quién era esa dama de Shanghai. Pero si sabemos qué efectos ha surtido esa latencia, a saber, llenar la función de un vacío paralítico, ser la potencia de algo visualmente impotente: el marido. El cuerpo animal de una hembra seductora, cuyo único fin es erradicar la potencia de su propio pasado y, que a su vez, se ve ella misma abatida por la impotencia de un marido que amenaza con desatar la potencia de Shanghai. En laberintos pasionales, pero discretos, amamanta de lejos los deseos taciturnos o viriles de todos los personajes. Esto parecería evidenciar cuál es su pasado, pero su pasado no importa más, no importa el hecho, sino la amenaza latente de manifestarse en el presente. 

Roman Polanski realizó una película de un corte menos noir y más dramático, que en realidad ví, erradamente, en primer lugar: Bitter Moon. En ella aparecen al inicio dos personajes plagados de hermosura, pero a la vez con un dejo de criminalidad en latencia de sus maliciosos coqueteos. Emmanuelle Seigner y Peter Coyote parecen dar a luz a una pareja sin par, un diálogo de amor platónico entre una bailarina atroz y un escritor empedernido. Ninguno cojea o tiene cola que le pisen, como en el caso de Lady of Shaghai. Los dos parecen haber nacido en un infierno de helada belleza. No aparentan ninguna impotencia. Sin embargo, la voluptuosidad de la bailarina intimida al escritor desesperadamente obsesivo por poseerla hasta atragantarse. Esa intimidación ejercida involuntariamente se va convirtiendo lentamente en voluntad de poder, mientras que el narcista herido se va conviritiendo en víctima de su propio desorden aprehensivo, nulificador de lo todo lo bello que lo trasciende. En una dialéctica amo-esclavo perfectamente reflejada en el vaivén de violencias entre ambos, el escritor termina impotente, paralizado por un accidente, o un crimen? Entonces ella domina (aparentemente), pero a la vez es dominada por el propio resentimiento que la une, como sombra, al parapléjico, una vez, remotamente, bien parado. No hay chantaje en esta unión, como en la unión de la dama de Welles con su marido, hay pura afectividad dialéctica, que une hasta degenerar en antropofagia. El torbellino de Polanski no se asoma desde el inicio, aunque el título evidencia con gracia, que en algún momento, inesperado: todo se poblará de amargura. 

Al igual que en Welles, Polanski se sirve del truco del impotente controlando a la potencia, calculando sus capacidades, sus defectos, como un catalizador de fuerzas, un diamante oxidado. Pero las damas padecen diversas potencias-impotentes, la primera, su pasado, la segunda, su odio y su letargo vanidoso. Ambos, en cambio, impotencias-potentes, colman su estado paralítico, sirviéndose de los muslos de ambas, de lo que hay entre sus muslos, del brillo rojo de sus mejillas, para domesticarlas. Ambos, todos, domesticados e indómitos simultáneamente, en esa dimensión contradictoria que Deleuze denomina “virtualidad”. 

Todos, asimismo, están atravesados por culposas inocencias e inocentes culpas. El irlandés negro peca de inocencia en su pasado asesinato, mientras los tiburones blancos portan revolvers asestando golpes a espejos enmascarados, esos mismos tiburones que querían utilizar su culpa para limpiar la propia. Las primeras y las últimas líneas del guión de Orson confirman esta sospecha: 

Inicio: 

When I start out

to make a fool of myself…

…there´s very little can stop me.

Final:

l´d be innocent, officially.

But that´s a big word, innocent.

Stupid is more like it.

Well, everybody is somebody´s fool.

El guión es tan redondo, que parece que las primeras y las últimas palabras se siguen unas a otras inmediatamente. Nada detuvo la extática inocencia de  O´Hara, curiosamente irlandés. Hay algo terriblemente inocente en ser irlandés, como lo demostró el batallón de San Patricio, olvidado ya en el atrio de Tlacopac, en la ciudad de México. Así culmina su trágico himno:

Most of us died on that hillside 

In the service of the Mexican state 

So far from our occupied homeland 

We were heroes and victims of fate

O´Hara, sin nungún heroísmo, termina igual, siendo víctima de su estupidez o si quieren, para hablar en su defensa: Inocencia. No existen culpables sin inocentes. Los inocentes: Hugh Grant y K. Scott Thomas en Bitter Moon no se quedan atrás en su torpeza, pero aún en su glamour adinerado, no alcanzan la elegancia del irlandés negro, que sabe que siempre se arroja, desafiante, a la boca del lobo. Los otros simplemente arriesgan lo poco que tienen, sin ganar ni perder nada, en su burguesía anodina y fastidiosa. 

Ay Mimi, te hubieras mantenido siempre culpable… sin buscar patéticamente una razón para serlo.

Ambas películas parecen ser una Decalcomanía, una de Welles y la otra de Polanski . Una duplicación de lo virtual indomeñable. Lo actual es solo un escenario, un instante espacio-temporal de individuaciones intercambiables, desechables. Lo virtual, contraviniendo a Aristóteles, y siguiendo sigilosamente a Spinoza, se rebela contra lo real constantemente, invalida su encuentro con un fin último. Solo la muerte, eso que individualiza, termina por romper la fuerza de la fuerza. 


[1] El texto se puede ver en español en: http://lobosuelto.com/actual-y-virtual-gilles-deleuze/

Federica Gonzalez Luna Ortiz
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