Gloria Anzaldúa acuñó semjante palabrón nepantlera invadida por la penuria de ser un organismo sacudido por la indeterminación. No es ni oscuro ni claro, ni hembra ni macho, ni negro ni blanco, y ni siquiera completamente mestizo o puro, es un meta-híbrido. Ella/él- eso es el sustrato epidérmico de un agente de cambio, un agente que se vió en la obligación de ser un agente sin desearlo, sin ser la expresión de un deseo subjetivo de imponer un cambio. Se encontró, sin querer, en esa posición, en la cual, tanto activa como pasivamente, ejerce un cambio en la mirada que lo encuentra. Juguetonamente lo compara con un mounstruo, con un error de la naturaleza, con algo que esperamos encontrar pero no aparece, y en su lugar engendra en la mirada ajena el terror que desata todo lo in-esperado. Es un cisne negro (recordando la idea mounstruosa de Nassim Taleb), un algo que conocemos pero a la vez que desconocemos, que aparece a la mirada con un dejo de familiaridad y a la vez de extrañeza, un ser inesperadamente transformador.
Anzaldúa, chicana, feminista y nepantlera, se encontró en ese espacio intermedio, en esa “tierra de nadie” como las barricadas, en donde crece lo mounstruoso y se miran los territorios desde el espacio en-ajenado, des-apropiado, sin-propietario de la frontera, o mejor dicho, de las fronteras (pues una frontera siempre es plural en su carácter relacional y comunicador). La escritura nepantlera es para ella una intersección entre lo vivido y lo pensado, pues para el nepantlera no hay un límite fijo entre lo empírico y la teoría, pues es en su piel donde se desencadenan las ideas, al filo de la epidermis, en la epidermis. Nepantlera es aquel organismo, semi-individualizado, no-identitario, no-contrario de nada, que vive lo que piensa y piensa lo que vive, un pensamiento vibrante, contradictorio y siempre mirando con el ojo multicolor del mounstruo.
Llamarle “agente de cambio” resulta peligroso e incluso parece calcar estructuras jerárquicas que más bien pretende destruir. No es exactamente un agente, como un sujeto voluntarista que busca reprimir y trasnformar. Es un instante, un momento, una humarada que sin querer, pero con conciencia, transforma, en la praxis de su lengua, de su piel, de su palabra y su performartividad, las dinámicas sociales que han reprimido al nepantlera. En realidad, no es un agente, sino el cambio mismo.
Su piel, su estatura, su gesto, su cabello que media entre el rizo negro y el lacio rubio, su cuerpo todo es un asalto, una estatua móvil que encarna, en cada encuentro, la Diferencia. No se parece a nada, y lo que es más, tampoco es uno consigo misma. Es diferencia constante y por eso mismo lleva tatuado el cambio. La Diferencia es el sustrato dinámico del cambio. “I am Chicana. I am fat. I am short. I am queer” grita otra chicana, Calafell. No es una propuesta estética de pasarela que pretenda sobornar a Victoria´s Secrets para dar espacio en sus angostos pasillos a cuerpos más anchitos. Es pensar con la piel y revelar-rebelar en el ejercicio carnal de la existencia chicana el dispositivo de aquellos cuerpos que pretenden nulificar, en su ficticio privilegio, el don de lo diverso.
Tampoco buscamos caer en políticas identitarias que trastocan lo relativo y lo absolutizan, mitologizando lo azaroso y creando de ello heroes cuyo carácter heróico tan solo surge de coincidencias, como el lugar de nacimiento, la “sangre” de los antepasados, el territorio que habitan. Es una metáfora, un juego que apuesta al peligro de perderse en las variaciones y no regresar nunca a la identidad. La chicano-a es un símbolo solo, un significante, una función abierta a cambiar de territorio, de coordenada, de color, de sexo.
La propuesta es un desafío a la gramática y la lógica de no-contradicción, en donde los adjetivos también son trans y los artículos pierden su fuerza de producción de géneros ficticios y roles ajenos a la realidad mounstruosa de las alteridades. No se asusten si encuentran de vez en vez errores gramaticales, que desde otra perspectiva abierta, son aciertos reales. No hay errores ni aciertos, hay ambigüedades, des-centramientos a-personales, percepciones sinéstesicas y viajes introspectivos en los andamios de una construcción infinita, un Babel que no crece hacia arriba, sino que baja a las entrañas del centro des-centrado de lo in-habitable. La creación de un espacio en potencia, siempre latiendo, siempre de-creciente, siempre desvaneciendóse en las cenizas de los tiempos que vienen y van en cruces y serpentinos movimientos de un espiral descendiente. El im-posible relato del devenir es Nepantla. La cruzada que no cruza y que no mata, sino que peregrina cual sonámbula ciega, dando pasos microscópicos entre las fronteras de temporalidades inmaculadas, manchadas, denigradas, reivindicadas.
Nepantlera puede ser cualquiera que no desee construir un fuerte o un castillo para protegerse de las párvadas de cisnes negros simulando que no existen, que solo da pasaporte a cisnes blancos. No solo hay que esperar lo in-esperado, en todo lo esperado ya siempre habita algo insospechado.
*Idea inspirada en el artículo „Monstrosity in everyday life. Nepantleras, Theories in the Flesh, and transformational Politics” de Robert Gutiérrez-Perez
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Excelente ejercicio, Fede. En efecto, la expresión “nepantla” da mucho en qué pensar, en qué proponer… Al leerte, pensaba en que tal vez hayas leído su libro de filosofía latinoamericana (que no he leído ni recuerdo si es este el título). Pero, bueno, ya lo revisaremos. De momento, me gustaría saber hasta dónde ella pudo estar influenciada por Emilio Uranga, quien retoma esta expresión de uno de los cronistas del siglo XVI, Durán, creo que se llama… Saludos y abrazos.