Comentario al poema “Imago” de Friedrich Einsten
El tiempo del arte es el presente; no importa si la escultura o la pintura son de siglos lejanos, hoy nos siguen conmoviendo. En el caso del poema ocurre lo mismo, pero el texto, como la música, requiere de tiempo para desplegar su virtud; a diferencia de la música el poema tiene la palabra que requiere de las facultades intelectuales, pero esas facultades no agotan el poema. Además, el tiempo del poema, no es el tiempo sin más, el tiempo, digamos abusando del término, el tiempo profano. Tampoco es el tiempo “sagrado” del rito. Ya alguien dijo que el rito es un mito que se realiza. Algo parecido, pero no idéntico es el poema, es un tiempo fuera del tiempo, que realiza una emoción en quien lo lee; esa emoción viene acompañada del sentido de las palabras, pero el sentido poético trasciende a la razón y realiza la emoción estética.
Imago
Langsamer Tod
in die Unendlichkeit schwindend
Unsichtbare Fristen des Kalenders
Streicheln den sternvollendeten Fluß
Der Erde Wurzeln
Glückliches Moment des Nichts
Aktiviert die gelähmte Zigarette:
Licht der Schädel
Unbesiegbare Müdigkeit der Vernunft
dringt durch die fliegende Erinnerung
An Ihn, den Kleinen
Abenteurliche Prinzipien
verwalten, verborgen, das Insektenschicksal
Mit einem runden Revolver
Kleinigkeiten entspringen dem Brunnen
Von grünem gekieften Grass
Quellen des salzigen Ozeans
Belästigen den Rosa-Strand
Vom Schaum vergewaltigt
Duftige Flugasche erhebt sich
Über den vulkanischen Himmel
des Raums
Und, in Wiederholung,
vergesse ich die Ewigkeit
Tenemos un poema llamado en latín “Imago”, de muchas resonancias. El poema despliega una añoranza; parece, pero no lo es del todo, melancólico; una tristeza, cargada acaso de responsabilidades, se agolpa, pero el instante, lo mágico del instante, la detiene, la conjura. Lo aparentemente futil, la nonada insignificante puede llevar consigo la vida, lo que verdaderamente vale. El intelecto, aunque cansado, consigue también emocionarse gracias a las palabras. La gota horada la piedra, lo cotidiano puede esconder la eternidad, disfrazada de arena golpeada por la espuma: sabemos que lo rosáceo de la aurora homérica viene de esa playa reconciliada con su destino. Pero no hemos dejado la sala, allí estamos, cumplimos una vuelta más de nuestro destino de Sísifo o de Sansón; la eternidad griega, más específicamente estoica, no nos importa, bien vale el instante de la última fumada.
Imagen, Remedios Varo – El Relojero, 1955