Con guión de Rodrigo Canessa y dibujo de Athos Pastore La mano oculta es una obra que se enfrenta con uno de los desafíos más grandes que una historieta hoy pueda tener: representar el post-mundo. El futuro post-apocalíptico es uno de los tópicos utópicos constitutivos de la ciencia ficción. Este no-lugar (‘utopía’ proviene del griego οὐ- y τόπος, no-lugar) a pesar de no existir, fue transitado una y otra vez por generaciones de imaginantes, tal es así que la narrativa post-apocalíptica forma un género por sí misma. En tiempos pandémicos, más aún, estos no-lugares devienen ‘lugares comunes’ de la imaginación. A la hora de representar el post-mundo, a la hora de narrar el futuro distópico, las y los historietistas se enfrentan por eso a un desafío doble: por un lado, crear un ‘no-lugar’ sin representar el ‘lugar común’. Por otro lado, sin embargo, la escritura de género exige siempre una referencia a las normas del género mismo. En ese sentido, no es posible ignorar el lugar común, porque es el lugar donde el público se encuentra con los y las artistas.
La mano oculta es, así, un relato sobre lugares y des-lugares que se superponen y contaminan mutuamente como la radiación de un pasado igualmente distópico (que es nuestro presente). Tal vez podría hablarse de ‘zonas’ más que de lugares. No se trata de espacios específicos, cerrados, sino de zonas: una pampa post-nuclear, un bar de mala muerte (que podría localizarse en nuestro presente), el hospital, el asentamiento…. Guionista y dibujante, mente y cuerpo, también se contaminan mutuamente y en sintonía mutante son capaces de mapear estas zonas de modo tal que la transición entre una y otra es siempre mental y física, interna y externa. A esto me refiero al decir que el concepto de ‘zona’ evade la necesidad de distinguir entre los dos ámbitos.
En otra ocasión ya hablé de mi opinión con respecto a lo que llamé ‘la línea turbia’. El dibujo de Pastore está sin duda estrechamente ligado a la metafísica de la línea turbia, a la luz negra que invierte el orden dentro de las ontologías de la luz desinfectante. Les amantes de las ontologías turbias no podemos sino regocijarnos en tales pantanos gráficos.
Pero más allá de las geografías hay otro elemento central en esta historieta: ¿qué es la mano oculta? La mano oculta revela el punto más interesante de la historia: un juego de sustituciones. ¿Quién mueve la mano? ¿A quién pertenece esa mano? Una mano parece siempre referir a un dueño, a un sujeto. El sujeto, al mismo tiempo, refiere a una responsabilidad. Los sujetos hacen, lo cual significa que la responsabilidad de una acción siempre debe poder reconducirse hacia su fuente en el sujeto. No hay acciones morales sin sujeto, el mar no ‘hace’, sino que simplemente ‘es’. En ese sentido, la mano oculta señala el lugar de una responsabilidad. Paradójicamente no sólo la mano se oculta, sino también el sujeto de esa mano. ¿Qué sucede cuando el sujeto evade la responsabilidad de su acción? Echar la culpa a otra persona es una posible reacción. Algunas personas incluso pueden querer huir o esconderse. Es decir, evadir la responsabilidad exige ocultar al sujeto de una u otra forma. La responsabilidad necesita estar sujeta a algo. Ese algo puede ser el sujeto, pero también puede ser una prótesis del sujeto. Una prótesis es un reemplazo. Algo que está en lugar de otra cosa. Estamos hablando de nuevo de un cambio de posiciones. Ésta es quizás la idea filosófica más fuerte dentro de la historia: asumir la responsabilidad puede consistir, a veces, en utilizar una prótesis.
Si la acción siempre refiere a un sujeto, la idea de prótesis problematiza esta idea. Puede haber prótesis sin sujeto. Tal vez lo que nunca pueda haber sean sujetos sin prótesis, es decir, sujetos sin artefactos de la subjetividad. Etiel, el personaje principal de La mano oculta, es un recuperador, busca objetos perdidos entre los escombros de la zona radioactiva. Etiel es, entonces, un buscador de prótesis: busca aquellos objetos que fueron importantes para las personas (por qué sino habría alguien de pagar por recuperar basura?). Al comienzo de la historia Etiel retorna una jaula a su dueña. La jaula está vacía, pero la dueña parece complacida por haberla recuperado. Esta metáfora nos adelanta mucho sobre el tono general de la historia: aquel objeto de deseo es siempre una prótesis, está siempre vacío. La pregunta queda abierta: ¿por qué amamos las prótesis?
A modo de cierre es posible agregar una pregunta más: ¿cómo se relacionan los no-lugares con las prótesis? ¿Qué lugares reemplazan los no-lugares? Una posible respuesta sería la tradicional: la ciencia ficción post-apocalíptica reemplaza la imagen del presente dentro del futuro para elevarnos a un estado más elevado de consciencia sobre nuestra condición actual. O quizás, la distopía nuclear asume el lugar del futuro en nuestro imaginario, haciéndonos evadir nuestra responsabilidad por el futuro al representarlo como algo inevitable (“la crisis climática es irrefrenable, no queda nada por hacer”). Probablemente ambas respuestas tengan algo de cierto. No se me ocurre una solución definitiva, pero hay algo en los juegos de reemplazos y sustituciones, y en las geografías postmundiales que resulta necesario para repensar nuestras ecologías políticas en tiempos de crisis. Tal vez sea incluso sea más fácil que eso: si no asumís tu responsabilidad, la mano vendrá por tí!
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