Los payasos

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Los payasos han salido de las cortes, de los palacios, de las carpas o de los grandes teatros o circos para instalarse en el arte

Colombina, la novia de Arlequín, compartía el escenario con Polichinela, Truffaldino, Escapín, Matamoros y Brighella, la servidumbre o “zanni” en las representaciones de la Comedia del Arte italiana. Existen registros de personajes bufos en las culturas egipcia, china o griega, que entretenían a los altos dignatarios. Personajes alegres y tristes al mismo tiempo, caras sonrientes pintadas a fuerza de maquillaje en los diversos rostros de lo humano.

Pierrot gusta del vestido amplio, es enamoradizo y tímido, es casi un poeta que mira a la luna con su rostro empolvado. Arlequín lleva máscara, es ágil y vigoroso, aventurero, le gusta el día y prefiere los amplios vestidos estampados de rombos.

Los espectadores hemos visto a los payasos augustos, con su nariz roja, un estallido de colores, el pelo como explosión de las ideas chuscas. Hemos tratado de entender al payaso de rostro blanco, un orgulloso Pierrot que dicta las leyes del escenario. Ahí vive también el contraugusto, parecido a un ser de otra dimensión que no entiende nada de este mundo y que se asoma a él con la esperanza de comprenderlo, o de que lo comprendan los humanos.       

Los payasos han salido de las cortes, de los palacios, de las carpas o de los grandes teatros o circos para instalarse en el arte.

Moliere en El misántropo, enfrenta a Alceste con Filinto, una nueva aventura de Pierrot y Arlequín. Chaplin, Buster Keaton o Harold Lloyd son las versiones cinematográficas, la risa loca que recobra y hereda para el cine silente una tradición de siglos.

El mimo, primo del payaso, expresa en el silencio la profundidad del mundo. No necesita la palabra, le es suficiente el gesto, el silencio, el azoro, el asombro.

Los payasos nos miran divertidos; saben que la verdadera comedia está en el espejo en el que se miran. La risa es una expresión de la cultura. Porque, como nos explicó muy bien Juan de Dios Peza en su famoso poema: “El carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son breves mascaradas; aquí aprendemos a reír con llanto y también a llorar con carcajadas”.    

Jaime Vázquez
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