Traducción autorizada por quodlibet.it de un fragmento de una entrevista a Agamben , por Federica G. Luna
¿Estamos viviendo un nuevo totalitarismo con la reclusión forzada?
«Desde diversos lugares se está forumlando la hipótesis de que, en realidad, estamos viviendo el fin del mundo, i.e. el fin de la democracia burguesa fundada sobre los derechos, los parlamentos y la división de poderes, la cual está cediendo su lugar a un nuevo despotismo. Dicho despotismo será aún peor que los totalitarismos que hemos conocido hasta ahora, desde el punto de vista de la omnipresencia de sus controles y el cese de toda actividad política. Los politólogos americanos lo denominan Security State, esto es, un estado en el cual se pueden imponer cualquier tipo de límites a las libertades individuales por “razones de seguridad” (en este caso, la “salud pública”, término que mueve a pensar en los infames “comités de salud pública” durante el Terror). Además, en Italia estamos acostumbrados, desde hace tiempo, a una legislación por decreto de urgencia de parte del poder ejecutivo que, de esta manera, sustituye al poder legislativo y suprime, de facto, el principio de la división de poderes en que se funda la democracia. Asimismo, el control ejercido a través de videocámaras y ahora, como se ha propuesto, a través de teléfonos celulares, excede, por mucho, cualquier forma de control utilizada bajo regimenes totalitarios como el fascismo o el nazismo».
A propósito de los datos: además de los que se recogerán a través de teléfonos celulares, debería hacerse una reflexión también, acerca de los datos que se difunden en las numerosas conferencias de prensa, en general incompletos o mal interpretados.
«Este es un punto importante, dado que toca la raíz del fenómeno. Cualquiera que tenga cierto conocimiento de epistemología no podrá nada más que sorprenderse por el hecho de que los medios han difundido cifras sin ningún criterio de cientificidad en los últimos meses, no solamente sin ninguna relación con la tasa de mortalidad anual durante el mismo periodo, sino que tampoco se precisan las causas de los decesos. Yo no soy ni virólogo ni médico, solo me limito a citar textualmente fuentes oficiales fiables. 21,000 muertes por Covid-19 parece, o es, ciertamente, una cifra impresionante. Mas si se les compara con los datos estadísticos anuales, las cosas adquieren, justamente, un aspecto diferente. El presidente del Istat, Dr. Gian Carlo Blangiardo, comunicó hace unas semanas las cifras de mortalidad del año pasado: 647, 000 muertos (por ende, 1772 muertes al día). Si analizamos las causas en cada caso, podemos ver que los úlitmos datos disponibles del 2017 se registran 230,000 muertos per enfermedades cardiovasculares, 180,000 muertos por tumores, al menos 53,000 muertos por enfermedades respiratorias. Pero, un punto es particularmente importante y nos atañe de muy cerca».
¿Cuál?
«Cito las palabras del Dr. Blangiardo: “En marzo de 2019 los decesos por enfermedades respiratorias han sido 15,189, mientras que el año anterior a este fueron 16,220. Llama la atención, por cierto, que son más que los decesos por Covid (12,352) declarados en marzo de 2020.” No obstante, si esto es verdad y no cabe ninguna duda, sin querer minimizar la importancia de la epidemia, es preciso preguntarse si esto puede justificar las medidas de limitación de la libertad que nunca se habían tomado en la historia de nuestro país, ni siquiera durante las dos guerras mundiales. De ello surge la legítima duda de si acaso se quisieron descargar en la población las serias responsabilidades de los gobiernos, difundiendo pánico y aíslando a la gente en sus casas. Descarga de responsabilidades que siguió al desmantelamiento del servicio sanitario a nivel nacional y luego en Lombardía, al cometer una serie de errores no menos graves para afrontar la epidemia».
Los científicos tampoco han ofrecido un bello espectáculo. Pareciera que no están al nivel de dar las respuestas que se esperaban de su parte. ¿Qué piensa al respecto?
«Resulta siempre peligroso confiar a médicos y científicos decisiones que, en última instancia, son de carácter ético y político. Mire, los científicos, con razón o sin ella, persiguen con buena fe sus propios razonamientos, que identifican con los intereses de la ciencia y, en cuyo nombre, están dispuestos a sacrificar cualquier escrúpulo de orden moral, como lo demuestra ampliamente la historia. No preciso recordar que bajo el nazismo, los científicos más estimados dirigieron la política eugenésica y no dudaron en utilizar los “lager” [campos de concentración] para hacer experimentos letales que consideraban útiles para el progreso de la ciencia y la cura de soldados alemanes. En el caso presente, el espectáculo resulta especialmente desconcertante porque, en realidad, a pesar de que lo oculten los medios, no hay acuerdo entre los científicos y algunos de los más ilustrados, como Didier Raoult, talvez el mayor virólogo francés, albergan opiniones diversas en cuanto a la importancia de la epidemia y la eficacia de las medidas de aislamiento. Este lo definió en una entrevista como una superstición medieval. En otra parte he escrito que la ciencia se ha convertido en la religión de nuestro tiempo. La analogía con la religión debe tomarse a la letra: los teólogos declaraban que no eran capaces de definir con claridad qué era Dios, mas dictaban a los hombres, en nombre de Dios, las reglas de conducta sin dudar en quemar a los herejes; así también los virólogos admiten no saber exactamente qué es el virus, mas, en su nombre, pretenden decidir cómo deben vivir los seres humanos».
Como ha sucedido tantas veces en el pasado, se ha dicho que nada será ya como antes y que nuestra vida debe cambiar. ¿Qué cree que vaya a suceder?
«Ya he intentado describir el tipo de despostismo que debemos esperar y contra el cual no debemos bajar la guardia. Sin embargo, si dejamos por un momento el ámbito de la actualidad e intentamos considerar las cosas desde el punto de vista del destino de la especie humana en la tierra, me vienen a la mente las reflexiones de un gran científico holandés, Ludwig Bolk. Según Bolk, la especie humana se caracteriza por una una inhibición progresiva de los procesos vitales naturales de adaptación al medio ambiente, los cuales son sustituídos por una hipertropia acrecentada por dispositivos tecnológicos con el fin de adaptar el medio ambiente al hombre. Una vez que este proceso sobrepasa un cierto límite, alcanza entonces un punto en que resulta contraproducente y se transforma en la autodestrucción de la especie. Fenómenos tales, como los que estamos viviendo, parecen mostrar que ya se ha llegado a este punto y que la medicina, que debería curar nuestros males, está arriesgando la posibilidad de crear un daño aún mayor. También debemos resistirnos con todos los medios contra dicho riesgo».
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