Maneuvers: The International Politics of Militarizing Women’s Lives
University of California Press, 2000, 437 pages.
ISBN: 9780520220713
Traducción del “Prefacio” (pp. IX-XIX) al español del original en inglés
por : Franco Laguna Correa
BREVE INTRODUCCIÓN DEL TRADUCTOR
El concepto de la “militarización” comprende los procesos por medio de los cuales la influencia y las prioridades militares-y paramilitares-se apropian de la vida cotidiana de la sociedad civil. Estos procesos tienen el propósito explícito de implantar un carácter y una mentalidad militarizada a la población ya sea de una pequeña comunidad alejada de los centros urbanos o bien de la población entera de una nación. Estos procesos de militarización pueden ser tan sutiles como la preparación ideológica de una sociedad a través de las instituciones educativas para asumir como consecuencias “naturales” las campañas militares de su ejército local o nacional contra fuerzas militares externas o de naciones encuadradas como enemigas. O, incluso, en casos extremos, la militarización-en su forma de paramilitarización-comprende la provisión de armamento, equipo militar, uniformes y entrenamiento enfocado en la preparación de la sociedad civil para entrar en combate directo con otras fuerzas militarizadas a nivel local o incluso internacional. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el ejército de los Estados Unidos se afianzó como el paradigma global en cuanto al desarrollo de las tácticas militares más eficaces y la manutención nacional de un ejército cada vez más especializado que gozaba del apoyo político e ideológico de la sociedad civil debido al éxito obtenido en su intervención en la Segunda Guerra Mundial.
Debido a esto, no es sorprendente que durante los años que siguieron al término de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos también se afianzara como el líder global en el desarrollo de tecnologías militares, tácticas especializadas y, en consecuencia, se convirtiera en el mayor exportador de armas y tecnologías militares a nivel mundial. Asimismo, la experiencia que el ejército estadounidense adquirió en sus guerras en Corea, Vietnam, Camboya y durante la Guerra Fría, amén de sus fracasos políticos y militares, ocasionó como efecto colateral la expansión militar de Estados Unidos en regiones de Asia “desconocidas” para Occidente. Una de las consecuencias de esta expansión militar, entre muchas otras, fue el intercambio de tácticas militares entre el ejército de Estados Unidos y los ejércitos de esos países asiáticos. Sin embargo, la expansión y el intercambio de tácticas militares del ejército estadounidense se globalizó aún más debido a susguerras que durante el inicio de los 90s desplegó en Irak, Afganistán y después en otras naciones del Medio Oriente, como Siria, Líbano y Paquistán, bajo el pretexto de combatir en contra de la entidad internacional del Estado Islámico (ISIS), también conocido como el Estado Islámico de Irak y Levante o Estado Islámico de Irak y Siria.
Los efectos más tangibles de estas guerras, como ha ocurrido en Afganistán, Iraq y recientemente también en Yemen, han sido la destrucción sistemática de las infraestructuras más vitales para el desarrollo de una sociedad y el desmantelamiento de comunidades enteras de pronto abismadas en circunstancias de precarización y empobrecimiento sistémicos-sin mencionar los efectos sociales y económicos de las intervenciones logístico-militares que el ejército de Estados Unidos ha llevado a cabo en las Américas desde Chile hasta Centroamérica[1]. Para comprender de forma integral los efectos de la guerra en la vida cotidiana de las poblaciones “en combate” y el concepto de la militarización en su sentido más amplio-tanto en las naciones consideradas “triunfadoras” como en las “derrotadas”-es preciso mirar más allá de las visiones históricas que se enfocan en proveer detalles de las estrategias desplegadas, los gastos militares, las bajas materializadas en simples estadísticas y los aciertos tácticos durante los períodos de combate. Estas visiones históricas ancladas en la historia efectual soslayan las consecuencias que la militarización despliega de manera sistémica en las vidas de los grupos más vulnerables dentro y fuera de los ejércitos en combate. Maniobras: las políticas internacionales que militarizan las vidas de las mujeres (Maneuvers: The International Politics of Militarizing Women’s Lives) provee un pasaje interdisciplinar, con énfasis en los estudios de género y de la mujer, hacia las políticas internacionales cuyo propósito, ya sea velado o explícito, es la militarización sistémica de las mujeres que establecen de forma directa e indirecta una relación con el ejército de su país o con una fuerza militar extranjera. Por lo tanto, las lectoras y lectores hallarán en Maniobras enfoques críticos que no sólo estudian a las mujeres que sirven como soldados en los ejércitos de sus países. De forma intencional, Maniobras incorpora en sus múltiples enfoques analíticos las diversas maneras en que las políticas de militarización afectan de manera profunda e incluso irreversible las vidas de las esposas e hijas de los soldados y los militares de alto rango, las enfermeras del ejército e, incluso, la experiencia vital de las mujeres que trabajan, muchas veces como prostitutas, en las discotecas y “centros recreativos” ubicados cerca de las bases militares adonde los soldados acuden para “distraerse” de sus labores militares.
Asimismo, las lectoras y lectores hallarán en Maniobras enfoques críticos no sólo formulados por parte de feministas estadounidenses, también figuran testimonios logísticos que feministas de otras regiones globales, como Europa y Asia, han desplegado con el objectivo tácito de deconstruir y contrarrestar los efectos de las políticas que sus gobiernos y oficiales militares han desplegado con el objetivo de normalizar la militarización de las vidas de las mujeres. Este año, mientras la humanidad entera se enfrenta a una pandemia que comenzó en 2019, Maniobras cumple veintiún años desde su primera publicación por la Editorial de la Universidad de California (California University Press). Sin embargo, mientras otras publicaciones que vieron la luz con el comienzo del nuevo siglo han perdido su fuerza crítica o analítica debido a los cambios políticos, culturales y socioeconómicos que se han efectuado a nivel global; Maniobras, por el contrario, aún conserva la capacidad de provocar en las lectoras y lectores una actitud de urgencia crítica debido a que las políticas de militarización desplegadas por todas las regiones del orbe cada vez se filtran de forma más insidiosa en la vida de las mujeres, las niñas y niños, y aquellos grupos más vulnerables como la comunidad global migrante, las y los refugiados, y quienes buscan asilo político debido a los desplazamientos masivos que las continuas guerras han producido desde Myanmar, pasando por Asia del Sur, el Medio Oriente, África y Haiti, hasta la frontera/muro que separa a Estados Unidos de México y el resto de Latinoamérica.
Aunque Maniobras de Cynthia Enloe aún no ha sido traducido al idioma español, como traductor de este prefacio e intelectual público con intereses en los estudios de género y los efectos de la militarización en el llamado “tercer mundo”, espero que las páginas preliminares de Maniobras sirvan a las lectoras y lectores que no tienen acceso al texto en inglés como una breve introducción al pensamiento y enfoques críticos de una de las catedráticas y expertas en el tema de la militarización de las vidas de las mujeres más reconocidas e influyentes a nivel global. Entre una extensa cantidad de reconocimientos y doctorados honoris causa, Cynthia Enloe fue elegida en 2017 como integrante honoraria del “Gender Justice Legacy Wall”, con sede en la Corte Internacional de Crímenes, en La Haya. Su libro más reciente es The Big Push: Exposing and Challenging Patriarchy (2017), publicado en Londres por la Editorial Myriad y en Estados Unidos por la Editorial de la Universidad de California.
Como corolario, agradezco sobremanera a la Dra. Enloe y a su editora Naomi Schneider, de la Editorial de la Universidad de California, por permitirme emprender la traducción del prefacio de Maniobras mientras resido de forma temporal en México, un país que desde su frontera norte hasta los lindes geopolíticos que lo separan de Centroamérica es arrasado por múltiples formas de paramilitarización y militarización que cada día alcanzan nuevas radicalizaciones de crueldad al interior de comunidades enteras, afectando, me atrevo a asegurar, de manera irreversible las vidas de mujeres y una infancia cada vez más expuesta al terror paramilitarizado que los cárteles de las drogas despliegan sin tregua en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Agradezco, finalmente, a Fórum Nepantla por hacer disponible a las lectoras y lectores en lengua española el prefacio de Maniobras de la Dra. Enloe.
Franco Laguna Correa
Universidad de Pittsburgh
Ciudad de México
Agosto, 2021
PREFACIO
Una máquina de fax nunca duerme. Si suena a las 11:00 de la noche -quizás se trata de Australia, un amigo desde el otro lado de la línea está enviando la noticia más reciente acerca de un prolongado caso de acoso sexual a bordo del barco naval australiano Swan. Si el fax suena a las cuatro o cinco de la mañana, lo más probable es que el mensaje provenga de Londres; un amigo que ya ha leído los periódicos de la mañana está enviando noticias sobre las promesas que el Ministerio de Trabajo hizo en su reciente campaña electoral para suprimir las prohibiciones con respecto al enrolamiento de gais en el ejército británico. Si de la máquina de fax salen los documentos cuando el sol ya ilumina los tejados de los edificios del vecindario, la procedencia podría ser Santiago, desde donde Ximena me entrega la historia de un infame miliciano que en el pasado se dedicaba a torturar mujeres en el hospital ginecológico del ejército. Cuando al fin regreso a casa poco antes del anochecer, podría hallar que Jeff, el némesis global de Nike, ha enviado un fax con noticias frescas en torno al uso del gobierno de Indonesia de sus fuerzas de seguridad para reprimir las manifestaciones organizadas por trabajadoras empleadas en las maquilas que manufacturan zapatos deportivos en ese país. Estos días, mucha gente se mantiene al día con respecto a las maniobras que sus propios países están implementado para militarizar a sus habitantes con base en su género gracias a la tecnología.
El fax y el email son sólo los más recientes sucesores de una larga lista de tecnologías que han reemplazado a las palomas mensajeras. Confieso que aún disfruto cuando a través del correo ordinario llega a mis manos una postal que conmemora a un sufragista anónimo en tiempos de guerra, o cuando recibo en un sobre de papel manila un hermoso boletín desde Belgrado con un análisis del resurgimiento militar nacionalista.
Durante la década pasada, he descubierto que sólo gracias a que muchos de nosotros hemos armado una especie de rompecabezas con todo tipo de información es que somos capaces de darle sentido a las diversas maneras en que los ejércitos dependen de las mujeres y formulan sus propias suposiciones sobre la feminidad. Y aún así continúo aprendiendo cosas que me sorprenden.
Inicialmente, estaba impulsada a meditar acerca de las experiencias de las mujeres en relación con el ejército desde dos direcciones en apariencia muy diferentes. La primera dirección partía del hecho de que durante el inicio de los ochentas las estudiantes deseaban saber más acerca de las mujeres que portaban uniformes militares. La segunda dirección era más personal: la vida de mi propia madre me urgía a hacer preguntas actuales sobre el tema. Estas consideraciones iniciales palpitaban con intensidad durante el período posterior a la Guerra de Vietnam en la cultura popular estadounidense. Sylvester Stallone no era el único que reconstruía la guerra en la pantalla grande. En las carteleras, Goldie Hawn protagonizaba La recluta Benjamín (Private Benjamin, 1980), una película sobre una joven viuda que comienza una vida totalmente nueva al unirse al ejército de Estados Unidos. Recuerdo el escepticismo manifestado por amistades feministas europeas sobre la película protagonizada por Hawn cuando se estrenó en Ámsterdam. ¿De verdad las mujeres de Estados Unidos carecían de consciencia? ¿De verdad imaginaban que el ejército les estaba ofreciendo sólo una oportunidad de trabajo, que no se diferenciaba de un trabajo en la construcción o en un bufete jurídico? Aún así, eran también tiempos cuando el activismo pacifista de las mujeres estadounidenses estaba rodeando el Pentágono con un listón, mientras en el interior del complejo militar oficiales sin entrenamiento en artes gráficas estaban diseñando anuncios para enrolar mujeres voluntarias que reemplazaran a los conscriptos caídos en combate.
El tema de las mujeres en el ejército nunca ha sido un tema sencillo de abordar. No debería serlo. El sexismo, el patriotismo, la violencia y el Estado es un mezcla impetuosa y violenta. De hecho, era un tema tan duramente atractivo de desarrollar que, al principio, se convirtió en mi preocupación central. Había pasado los últimos diez años estudiando las experiencias masculinas de soldados en relación con el racismo en sociedades tan diversas como Iraq y Canadá, que me pareció lógico enfocar mi atención en las ansias de servir en el ejército y las experiencias de sexismo de las mujeres que portaban uniformes militares. Sin embargo, de forma gradual comencé a caer en la cuenta que prestar atención a las mujeres vistas sólo como militares era simplemente una forma de confinamiento temático. Los ejércitos-y los civiles de élite militarizados-habían dependido no sólo de algunas infusiones esporádicas de unas “cuantas buenas mujeres”. Los legisladores del ejército han dependido en-y así han maniobrado para controlar-diversos tipos de mujeres, y siempre con base en una noción de feminidad que incluye toda una miríada de tipologías en torno a lo que ellos comprenden como “ser” mujer.
Fue entonces cuando durante principios de los ochentas comencé a leer los diarios de mi madre. Ella aún estaba viva. Es hasta ahora cuando deseo haberle hecho más preguntas, en especial aquellas que considero las preguntas incómodas que aún nadan en la mente de una hija, pero que raramente llegan a materializarse en el lenguaje hablado. Antes de que mi padre muriera hace dos años, una década después que mi madre, hubiera podido hacerle a él estas preguntas que navegaban en mi mente. Después de todo, había sido su intimidad con el ejército lo que había dado forma a la vida que mis padres compartieron. Empero, no quería incluir a mi padre en mi proceso de interpretación de la vida de mi madre. Por eso dejé que mis preguntas permanecieran solo conmigo. Mi madre nunca había formado parte del ejército. Ninguna mujer en mi familia ha formado parte de ningún ejército. Empero, los diarios de mi madre ofrecían una mirada a la vida en el “frente hogareño” durante la Segunda Guerra Mundial y a un matrimonio militarizado durante el período subsiguiente que fue la versión estadounidense del tiempo de paz que significó la Guerra Fría. La escritura críptica de los diarios de mi madre inevitablemente me hizo pensar en esas experiencias consignadas en las páginas de un diario.
Eran esos los años en los que me estaba convirtiendo en feminista, un tiempo en el que comenzaba a mirar el panorama social con una nueva visión, a ensanchar mi curiosidad, a hacer nuevas preguntas. A mis amistades les alegraba proporcionarme ayuda. Me señalaban el camino hacia mundos nuevos, hacia la maravillosa librería para mujeres de Boston; me prestaban libros, me enviaban ensayos en los que estaban trabajando: sobre la historia de las violaciones, de amistades entre lesbianas, de mujeres trabajando en maquiladoras textiles. Parecía que todo tenía una historia y una política. Los diarios de mi madre comenzaron de esta manera a adquirir un nuevo significado. Comencé a cobrar consciencia de una noción más clara de la conexión que existe entre las esposas militarizadas y las mujeres que servían en el ejército. Comenzaba así a construir un puente que conectaba a mi madre con Goldie Hawn. El resultado fue un libro titulado ¿Te conviertes en el color caqui? (Does Khaki Become You? The Militarisation of Women’s Lives, 1983).
Cuando, quince años después, comencé a considerar realizar una revisita a los rompecabezas que proponía en ese libro, Hollywood había reemplazado los rizos de Goldie Hawn con el corte casi a rape de Demi Moore. Sin embargo, estaba más convencida que nunca de que las mujeres que servían en el ejército-y sus representantes en el séptimo arte-no era toda la historia, ni siquiera la historia principal. El caso de las mujeres al interior del ejército proporciona el enfoque para un solo capítulo en la larga saga de las mujeres y el ejército. Aún más, ahora estoy firmemente convencida de que el ejército es apenas un elemento, un capítulo, de la historia de la militarización. Cómo perciben los gobiernos a las mujeres como soldados, cómo los soldados y los civiles-hombres-y las mujeres que votan y son activistas y esposas y mujeres jóvenes piensan acerca de las mujeres como soldados tiene importancia. Cuando el sujeto es tratado como inconsecuente o meramente como un “elemento humano” al que fotografiar, perdemos la oportunidad de examinar con atención las dinámicas de género de las políticas-y biopolíticas-de una sociedad. Presenciamos esta carencia de atención cuando las mujeres forman parte de un sorprendente 11% de lo que fue una fuerza emergente fundamental del Apartheid del ejército sudafricano en la década de los ochenta. Estamos presenciando esta falta de atención una vez más ahora, cuando de pronto las mujeres pasan de conformar menos del uno porciento del ejército soviético de los años ochentas a conformar de pronto el 12% de las fuerzas armadas rusas post-comunistas. Estas fallas en nuestra curiosidad pueden obliterar nuestros esfuerzos para comprender cómo y cuándo incluso un régimen patriarcal puede subvertir la división sexual ortodoxa del trabajo militar con el propósito de mantenerse en el poder.
Sin embargo, las lectoras y lectores descubrirán que he incluido el capítulo sobre ese tema bajo el rubro las mujeres-como-soldados (capítulo 7) y no al principio, es decir, hacia la parte final del libro. Esta decisión es deliberada y no se debe a un descuido editorial. Hace falta, me parece, enfocarse con seriedad en las complicadas experiencias de militarización de las mujeres que prestan servicio al ejército como prostitutas, a las víctimas de violaciones, a las madres, esposas, enfermeras, y a las activistas feministas para que de esta manera podamos comprender en su dimensión más amplia lo que ocurre cuando a las mujeres se les permite formar parte como soldados en número limitado en ejércitos profundamente masculinizados. Invertir nuestra curiosidad crítica solamente en el fenómeno de ver a las mujeres como soldados es una forma de asumir la militarización de muchas otras mujeres como un fenómeno normal. Si me confino en dicha presunción ingenua, probablemente permitiría que mi propia curiosidad se convirtiera en un criterio militarizado.
Ahora estoy más convencida que hace diez años de que los ejércitos necesitan a las mujeres para llevar a cabo otros fines que van más allá que llenar los vacíos que surgen cuando sus reservas de hombres “confiables” comienzan a mermar. Aún así, también he sido persuadida por las evidencias recabadas que los ejércitos y las élites civiles militarizadas no siempre obtienen los resultados que persiguen de forma tan vigorosa.
Si adoptamos la fascinación reproducida por los medios de comunicación masiva más convencionales de enfocar a las mujeres-como-soldados y, a partir de esto, dedicamos apenas atención y enfoques críticos tangenciales al resto de las mujeres militarizadas, estaríamos, debido a nuestra propia falta de atención, me parece, perpetuando la capacidad militarizada de los oficiales del ejército para manipular las esperanzas, los miedos y las habilidades de demasiadas mujeres. Cualquier capacidad manipuladora de los gobiernos militarizados se ha apoyado en la carencia de interés por parte de la mayoría de la población en las esposas de los militares, en el hecho de que la gente cataloga como “trivial” los sentimientos encontrados de las parejas sentimentales de los militares, en la idea generalizada de convertir a las madres de los militares, a las víctimas de violaciones durante enfrentamientos militares y a las prostitutas al servicio del ejército en íconos nacionalistas abstractos u objetos de exclusión y vergüenza. La falta de atención es un acto político.
Los ejércitos necesitan a las mujeres, pero no todas las mujeres experimentan el proceso de militarización de manera idéntica. Los ejércitos han necesitado, y todavía lo necesitan, de mujeres que les provean servicios sexuales “comerciales” para satisfacer a los soldados heterosexuales; también necesitan que otras mujeres acepten la fidelidad marital en las familias de militares; de forma simultánea, los ejércitos también necesitan que otras mujeres encuentren seguridad económica y tal vez incluso orgullo por trabajar para contratistas de la defensa nacional. Algunas veces, los gobiernos incluso necesitan que algunas mujeres civiles actúen como operadoras-lobbyists-feministas que promuevan los derechos de las mujeres para convencerlas de que sirvan en los ejércitos nacionales.
Las mujeres que satisfacen las necesidades de los ejércitos desde puestos diferentes comúnmente no se ven a si mismas unidas por la feminidad que comparten o incluso por la militarización que las une. De hecho, algunas mujeres militarizadas asumirán su propia respetabilidad, ingresos, u oportunidades profesionales dentro del ejército amenazadas por las acciones de otras mujeres militarizadas. Las madres de soldados, por ejemplo, no desarrollan ninguna afinidad política automática hacia las mujeres que también sirven en el ejército como soldados. Una mujer que es la esposa de un militar puede hacerse preguntas en silencio durante un largo periodo antes de preguntarle a su esposo-soldado acerca de las mujeres que trabajan en las discotecas cercanas a sus bases militares. El trabajo de feministas para ayudar a las mujeres-soldados en el proceso de aceptación de las barreras institucionales del acoso sexual y la homofobia dentro del ejército con frecuencia no tiene resonancia en las experiencias de las mujeres militarizadas cuyo rol es ser madres, esposas o prostitutas. Las mujeres que invierten sus energías en el activismo pacifista pueden llegar a creer que las únicas mujeres militarizadas que merecen atención intelectual seria son aquellas mujeres que han sido desarraigadas de sus lugares de origen o víctimas de violación durante tiempos de guerra. Durante la década de los ochentas casi di por sentado esta separación entre la diversidad de mujeres militarizadas y sus defensoras. En la actualidad, estoy más interesada en descubrir cómo esas divisiones entre grupos de mujeres militarizadas prevalecen y en qué ocurre cuando se llevan a cabo esfuerzos estratégicos con el propósito de desmantelar esas divisiones. El mero hecho de las incongruencias que surgen entre las diferentes experiencias de mujeres militarizadas me ha hecho enfrentar problemas fundamentales en la teorización y el proceso de forjar estrategias feministas satisfactorias.
Las “maniobras” del título de este libro se refieren a los esfuerzos que los oficiales del ejército y la sociedad civil que los apoya han efectuado con el propósito de asegurarse de que cada uno de estos grupos de mujeres se sientan como grupos o entidades separadas y desarraigadas de la sociedad. Los oficiales del ejército necesitan que las mismas mujeres se dediquen a asegurar los perímetros que las separan de ellas mismas. Los ejércitos han contado con el apoyo de las esposas de los oficiales del ejército para que velen por las esposas de los hombres enlistados en el ejército, y en que todas las esposas de los militares denuesten o degraden a las mujeres que trabajan en las discotecas que pululan cerca de las bases militares. De manera similar, los oficiales civiles militarizados han necesitado que existan mujeres violadas por soldados de otros regímenes con el propósito de mantenerse suspicaces de las mujeres que apoyan el desarme, entre otras medidas anti-guerra, y así poder convertir a las mujeres violadas como símbolos nacionalistas. Los ejércitos han dependido de que las mujeres que sirven como soldados imaginen que sus servicios al ejército son superiores a los que prestan las esposas y las prostitutas, e incluso las enfermeras del ejército. Entre más distante cada grupo de mujeres se siente de otros grupos de mujeres, es mucho menos probable que se den cuenta de las manipulaciones políticas con base en género que las afectan. De esta forma, es mucho menos probable que estos grupos de mujeres piensen en la militarización como un problema.
Los oficiales del gobierno han sido notablemente exitosos en estos esfuerzos divisorios. Existen muy pocas instancias a nivel nacional de esposas de militares uniendo sus fuerzas con prostitutas al servicio del ejército y que, a partir de esto, de manera conjunta desarrollen acciones con mujeres que sirven en el ejército como soldados, todo con el propósito de desmantelar la elaborada ideología de una feminidad construida por autoridades militares para satisfacer sus propios intereses institucionales.
Para los ejércitos y la gente que activamente los apoya, tanto en el gobierno como entre la sociedad civil, han necesitado no sólo de las mujeres, sino también de criaturas que sirvan como carne y sangre. También han necesitado ideas, especialmente ideas en torno a la feminidad. Tan importante como el mantenimiento de la vida militar, de igual forma ha sido la construcción de una ideología sobre la hombría, tan importante como los desfiles, las alianzas y la acumulación de armamento han sido ciertas ideas feminizadas: “la mujer caída”, “la maternidad patriótica”, “la fidelidad marital”, “la pureza racial”, “el sacrificio nacional” y la sexualidad “respetable”. Algunas veces los ejércitos incluso han necesitado una versión muy particular de la idea de “la liberación de la mujer”.
Paradójicamente, estas ideas adquieren tanto poder como un bombardero B-52, cuando de forma simultánea son ideas tan frágiles como la harmonía doméstica. La dinámica de esta paradoja crea una narrativa peculiar de nuestro tiempo: los escándalos sexuales al interior del orden específico del ejército. Los escándalos militares ocurren-no sólo aquellos relacionados con el ejército estadounidense que a nivel global ocupan los encabezados periodísticos, sino también aquellos que reciben menor atención internacional como los que han ocurrido recientemente en Canadá, Italia, Chile y Australia-cuando esas delicadas maniobras que han sido diseñadas para crear ideas acerca da la división del trabajo con base en el género con propósitos militares se tornan confusas, y cuando esa confusión se hace visible ante el público. Toda la historia de los esfuerzos políticos para hacer que las mujeres actúen y piensen de maneras que sostienen las narrativas militares se convierten en rompecabezas dentro de las dinámicas de esta paradoja: la división de género en el ejército de cualquier país requiere de la participación de los actores sociales más poderosos, incluyendo a oficiales de alto rango del gobierno; pero con frecuencia actúan como si estuviesen a punto de perder el control, pero sólo en relación con las mujeres. Y algunas veces ese es en realidad el caso.
Las feministas han invertido excesiva energía intelectual pero escasos recursos relacionados con la organización de proyectos de campo cuyo propósito sea comprender la militarización de las vidas de las mujeres. Las feministas de la India han buscado la manera de explicar por qué tantas mujeres de la India han apoyado las políticas del nuevo régimen nacionalista relacionadas con las pruebas de armas nucleares. Las feministas serbias han mostrado devoción hacia las iniciativas represivas del régimen de Milosevic cuando, de hecho, ellas mismas han desarrollado formas de protesta política de no-violencia. Las feministas estadounidenses han tenido dificultades para confeccionar estrategias que provean recursos para apoyar a las mujeres que sufren acoso sexual dentro del ejército sin provocar problemas más profundos relacionados con el militarismo estadounidense que aún no han sido examinados desde un enfoque crítico. Las feministas de Okinawa han intentado construir alianzas con activistas pacifistas masculinos con el propósito de confrontar de manera efectiva las bases militares estadounidenses en su isla sin permitir que esos activistas pacifistas transformen la violación de las mujeres de la isla japonesa en un mero problema simbólico nacional. La creación de teorías y estrategias feministas que respondan con efectividad a la sorprendente multiplicidad de formas de militarización no es una tarea sencilla. Gran parte de la discusión que sigue a partir de este punto pretende iluminar el porqué de esta ardua tarea.
El libro que me llevó a realizar esta investigación en torno a la militarización de las vidas de las mujeres, que ya mencioné antes, se titula: ¿Te conviertes en el color caqui? (Does Khaki Become You?, 1983)-el doble sentido del título es de hecho intencional. El presente volumen realiza nuevas visitas a algunas de las preguntas que figuran en ese libro, solo que ahora examinadas bajo la luz de los desarrollos políticos y los avances teóricos de los noventas. Otras preguntas en este volumen son desmanteladas desde sus raíces debido a que no las había formulado en ¿Te conviertes en el color caqui?. Preguntas como: ¿Cuándo violan los soldados? ¿De qué manera las escuelas preparatorias son militarizadas? ¿Los ejércitos están adquiriendo más experiencia en el tratamiento de las esposas de los miembros del ejército? ¿Cuáles son los riesgos que las feministas enfrentan cuando intentan confrontar el abuso sexual durante los tiempos de guerra? No creo haber podido responder estas preguntas si no hubiera escrito y después reescrito Caqui hace una década. A partir de esto, me atrevo a sugerir que la presente investigación construye de manera autoconsciente las premisas, cuya construcción no fue totalmente terminada, que adquirí durante la investigación que originó Caqui.
Debido a que Maniobras y Caqui son ramas que apuntan en direcciones diferentes de un mismo árbol de exploración feminista, me parece que las lectoras y lectores se beneficiarían de tener acceso a la genealogía que ambos libros comparten. ¿Te conviertes en el color caqui? fue publicado primero en Londres por la Editorial Pluto y después por Pandora, la editorial británica feminista. Sólo después las editoriales estadunidenses adquirieron los derechos de publicación. Para una escritora estadounidense, esta secuencia fue una bendición. Implicaba que las lectoras y lectores británicos, y no los estadounidenses, serían los primeros lectores de ese libro. El ejército estadounidense ha sido muy poderoso en las versiones construidas por Hollywood, CNN y la OTAN, tanto que con frecuencia parece que es el único ejército que existe en todo el orbe. Este dominio representa un riesgo. Induce a uno (a mí) a pensar de manera simplista. Enfocar los esfuerzos del ejército estadounidense-algunas veces audaces, ocasionalmente ineficaces-para asegurar la cooperación de las mujeres en su misión de configurar la historia más importante asienta a esta institución una vez más en el centro del universo analítico, ya sea como el villano arquetípico o, aún de manera más sospechosa, como el modelo de la modernidad y el renacimiento militar. Tal forma de enfocar la historia de Estados Unidos, me parece, es analíticamente peligrosa.
Mientras entramos en la escena del nuevo siglo, el ejército de Estados Unidos, de forma clara, es un paradigma en la creación de roles e ideas acerca de la militarización de las mujeres. En un reciente vuelo transatlántico estaba sentada junto a un agradable hombre de treinta y tantos años. Intercambiamos algunas palabras antes de que cada uno fuera absorbido por el contenido de nuestros respectivos equipajes de mano. Él parecía totalmente familiarizado con los rituales de un vuelo de siete horas. Alguien que parecía volar de forma regular. Fue hasta después, cuando el capitán anunciaba nuestro inminente aterrizaje al aeropuerto Heathrow, que entablamos una conversación, una vez que ya estábamos seguros de que no íbamos a interrumpir nuestras imaginaciones inherentes al largo vuelo. Él estaba regresando a su hogar en Inglaterra, a una de las grandes bases militares estadounidenses que han sobrevivido las clausuras que siguieron al período posterior a la Guerra Fría. Era un afroamericano, había forjado una carrera como soldado, hasta lograr el rango de sargento mayor. El creía que había sido una buena vida para un hombre de familia. A su esposa también le agradaba esa vida. Me confesó, empero, que a ella no le importaba que tuviera que hacer de manera tan frecuente esos viajes cuya duración era por lo regular un mes lejos de casa. Él se dedicaba a impartir entrenamiento militar. Desde el colapso de la Unión Soviética y la ruptura de Yugoslavia, la demanda de sus conocimientos se habían incrementado. Ya había colaborado en el entrenamiento del nuevo ejército de Lituania. Estaba apenas terminando un tour en Eslovenia. El ejército de Estados Unidos estaba “ofertándose” a sí mismo como un modelo a ser emulado, y los oficiales al mando de muchos gobiernos estaban aceptando la oferta.
Precisamente porque el ejército de Estados Unidos se había convertido en una entidad física e ideológicamente tan influyente en el actual nuevo orden del período posterior a la Guerra Fría, necesitamos, me parece, prestar consideración especial a la manipulación estadounidense de ideas en torno a la feminidad y la atracción que esas ideas tienen en muchísimas mujeres.
Durante el fin de la década de los noventas, las fuerzas armadas estadounidenses proveyeron no sólo “entrenadores itinerantes”, sino también sus propias fórmulas para la prevención del SIDA y la manutención de la paz. Los Estados Unidos también se ha convertido en el líder mundial en la exportación de armamento. Cada uno de estos programas militares internacionales está ofreciendo un espacio para la exportación de ideas estadounidenses acerca de las expectativas en torno a la hombría, además de las expectativas en torno a la feminidad-no sólo de las mujeres que usan un uniforme militar, sino también de las mujeres que esperan en los hogares de los soldados y de las mujeres militarizadas que laboran en las discotecas en los alrededores de las bases militares.
Aún así, debido a toda su influencia, el ejército estadounidense es distinto, igual que el feminismo estadounidense también lo es. Con el propósito de enfatizar estos rasgos distintivos, en los capítulos siguientes he comparado las experiencias de mujeres estadounidenses militarizadas que son esposas, prostitutas, soldados, enfermeras, madres y feministas con las experiencias de mujeres de Gran Bretaña, Rusia, Alemania, la antigua Yugoslavia, Chile, Canadá, Filipinas, Ruanda, Indonesia, Sudáfrica, Israel, Corea del Sur, Vietnam y Japón. La actual preeminencia militar estadounidense no descarta como obsoleta la curiosidad comparativa. Al comienzo de este nuevo siglo, la investigación no-parroquial aparece como una empresa crítica aún más urgente. Los procesos actuales implícitos en la militarización con base en el género operan hoy en día a nivel internacional. Requerimos, de este modo, desarrollar nuestras curiosidades también a nivel internacional.
Existen rutas hacia formas de actuar feministas enfocadas en la militarización que pueden parecer muy distintas a las rutas liberales feministas estadounidenses que abordan el tan debatido tema de la militarización. Por ejemplo, las defensoras británicas no han invertido demasiado tiempo y energía política intentando expandir los roles de las mujeres británicas en el ejército. Entre las legisladoras británicas-incluso después de la celebración en 1997 de la entrada de 160 mujeres dentro del espacio tradicionalmente masculino de la Cámara de los Comunes (la cámara baja del parlamento del Reino Unido)-no hay nadie que pueda reemplazar el papel de la recientemente retirada legisladora Patricia Schroeder. Ninguna otra mujer británica en el parlamento, es un hecho, ha invertido tanto de su capital político en el fomento de las mujeres como miembros igualitarios del ejército de su país: durante el fin de la década los años noventa, no era un prioridad política en la Cámara de los Comunes. De la misma manera, han sido mujeres alemanas, sudcoreanas y de Okinawa, así como mujeres británicas, y no sus contrapartes estadounidenses, quienes han tenido que enfrentarse con hombres de dos ejércitos-el suyo propio y un ejército extranjero-mientras habitan en sus pueblos y en bases ubicadas en los alrededores. Como resultado, han sido las feministas de esos países quienes han proveído tutelaje a sus contrapartes estadounidenses acerca de la militarización de género nacionalista, acerca de los riesgos inherentes a la organización en contra de los abusos hacia las mujeres de sus comunidades por parte de soldados extranjeros en formas que encienden a nivel local una nueva ascua del militarismo nacionalista masculinizado. Las mujeres estadounidenses aún tienen mucho que aprender al respecto.
Hoy en día, las feministas estadounidenses están comenzando a asimilar la dura lección impartida a través de las experiencias de las mujeres de todo tipo de superpotencias internacionales: serán más débiles analítica y estratégicamente si ellas no toman con seriedad las experiencias ancladas en género y las teorías feministas desarrolladas por mujeres en otros países. Por ejemplo, el desarrollo exitoso del movimiento estadounidense en contra de la violencia doméstica enfrentó problemas que demoraron la inclusión del problema de la violencia en las bases militares ubicadas en Estados Unidos. En Chile, la secuencia siguió un camino inverso: fue gracias a las feministas chilenas que se atrevieron a participar en el movimiento nacional que puso fin durante los años ochentas al opresivo régimen militar lo que permitió que después emergieran a la superficie los problemas relacionados con la violencia doméstica en la sociedad civil. El resultado ha sido que las feministas estadounidenses han invertido una enorme cantidad de energía para detener la violencia doméstica, aún así muchas de ellas no consideran las políticas del ejército de Estados Unidos como parte de “su lucha”. En contraste, en la actualidad las feministas chilenas constantemente meditan analíticamente sobre el militarismo debido a que están preocupadas acerca de la violencia misógina contra las mujeres. Las interrogantes son incluso más acuciantes, además, gracias a una renovada curiosidad internacional en torno al tema. Por ejemplo, ¿por qué no ha sido documentado que las madres estadounidenses han llevado a cabo maniobras similares a las que multitudes de madres rusas desplegaron en 1995 y 1996? Me refiero a trasladarse a zonas de combate, Chechenia en este caso, para llevar de regreso a casa a sus hijos-soldados de un lugar que consideraban una operación militar injusta. En el amanecer de un nuevo siglo no hay tiempo para la obediencia ciega.
La publicación de Caqui primero en el Reino Unido me sirvió como un método de inoculación. Fue invaluable tener lectoras y lectores no-estadounidenses en mi mente mientras escribía. Aún lo es. Lectoras y lectores en Corea del Sur, Australia, Canadá, Serbia, Chile, Japón e Israel me mantienen alejada de escribir bajo una luz demasiado desentendida de lo que ocurre en otros lugares. Además, me mantiene alejada de caer en la tan común presunción de que las experiencias de las mujeres estadounidenses son equivalentes a las de todas las mujeres del mundo, en caso de que de hecho tal “criatura” teórica exista.
Muchas de las mujeres y hombres que inicialmente me mantuvieron informada acerca de los caminos que seguían los procesos de la militarización de género y me mantenían enfocada muy lejos de caer en los caminos de la complacencia continúan haciéndolo. A ellos debo una gratitud incompensable. Desde el inicio de los ochentas, docenas de personas, algunas de las cuales conozco sólo por correspondencia, han continuado intercambiando conmigo sus intuiciones, sus datos, su preocupación. Una de las mejores maneras de leer las notas finales de un libro es una especie de corolario de gratitud. Todas las personas que me han enviado una tesis, un recorte o fragmento periodístico, o un video han colaborado a enseñarme sobre el significado de ser una mujer que vive una vida que ha sido militarizada.
Hay algunas personas a las que deseo darles las gracias por su generosa ayuda en la escritura de este libro: en Chile, a Ximena Bunster; en Canadá, a Sandra Whitworth, Maja Korac, Wenona Giles, Lucy Laliberte y Deborah Harrison; en Australia, a Jan Pettman, Anne Marie Hilsdon y Ann Smith; en el Reino Unido, a Debbie Licorish, Philippa Brewster, Candida Lacey, Marysia Zalewski, Julie Wheelwright, Nira Yuval-Davis, Ken Booth, Debbi King, Terrell Carver, Joanna Labon y la última Anne Bennewick; en Irlanda, Ailbhe Smyth; en Corea del Sur, Insook Kwon; en Austria, Katrin Kriz; en los Estados Unidos, agradezco de forma especial a Joni Seager por su sagacidad, su siempre incisiva crítica analítica y nuestra continua conversación, a David Enloe por su gráfica actitud detectivesca de hermano, a Margaret Enloe por ayudarme a descifrar las historias de guerra de los años que nuestro padre fungió como militar, a Lois Brynes por su sagacidad editorial, a Gilda Bruckman y Judy Wachs por su amplia sabiduría literaria. También en los Estados Unidos, mis cálidos agradecimientos a Serena Hilsinger, Amy Lang, Julie Abraham, Karen Turner, Saralee Hamilton, Caroline Becraft, Katharine Moon, Linda Green, Mary Wertsch, Mary Katzenstein, Angela Raven Roberts, Jeff Ballinger, Stephanie Kane, Doreen Lehr, Madeline Drexler, E. J. Graff, Pat Miles, Seungsook Moon, Georgia Sadler, Lory Manning, Betty Dooley, Frank Barrett, Lois Wasserspring, Alison Bernstein, Kristin Waters, Pat Cazier, Annie Mancini, Valerie Sperling, Constance Sutton, Mark Miller, Justin Brady, David Michaels, Suzanne Keating, Parminder Bhachu, Beverly Grier, Francine D’Amico, Bob Vitalis, Michelle Benecke, Dixon Osborn, Kate Rounds, Jayne Hornstein, Patty Dutile, Karen Dorman, Catherine Lutz, Harold Jordon, Karen Kampwirth, Simona Sharoni, Gary Lehring, Caroline Prevatte, Yoko Harumi, Keith Severin, Philippa Levine, Keith Gaby y Brenda Moore. En Japón, mi cálido agradecimiento a Suzuyo Takazato, Carolyn Francis, Norio Okada y Amane Funabashi. En Filipinas, a Angela Yang. En Holanda, a Shelly Anderson. En Camboya y Mozambique, a Liz Bernstein. En Israel, a Isis Nusair, Rela Mezali, Dafna Izraeli y Hanna Herzog. En Tailandia y los Estados Unidos, a Gai Liewkeat. En Croacia, a Maria Olujic. En Sudáfrica, a Jacklyn Cock.
Los libros no solo “ocurren”, son producidos y vendidos a personas que toman decisiones. Libros que toman en serio las experiencias de las mujeres y las ideas de la vida política llegan a las imprentas y así se hacen disponibles al resto de nosotros que leemos debido a aquellas feministas que toman decisiones en todos los niveles de la industria editorial, desde las editoras hasta las librerías y vendedoras. Cada una de ellas depende de las demás. Y nosotros, las lectoras y lectores, las necesitamos a todas. Esta novísima exploración se ha beneficiado de la sofisticada visión editorial de Naomi Schneider. Todo mi pensamiento vertido sobre el papel se ha beneficiado de la sabiduría colectiva, el ingenio y las habilidades emprendedoras de feministas en la industria editorial.
Un libro implica una especie de sentimiento de decepción terminal. La tinta que ha dado forma a las ideas se ha secado. El pegamento que mantiene las páginas unidas en un orden preciso se ha endurecido. Sin embargo, ahora estoy más convencida que nunca de que las preguntas que me provocaron escribir este libro han sido respondidas solo parcialmente. Sabemos muy poco acerca de cómo los ejércitos se apoyan y así, intentan controlar los talentos de las mujeres, las aspiraciones de las mujeres, las pesadillas de las mujeres-así como las formas en que las mujeres responden y calibran esas maniobras.
De este modo, apenas estamos comenzando a comprender cómo las vidas particulares de las mujeres se militarizan-y que ocurriría si esos sutiles procesos implícitos en la militarización con base en género fuesen revertidos.
Somerville, Massachusetts, 1999.
[1] Como el establecimiento de la Escuela de las Américas por parte de Estados Unidos en Panamá a mediados del siglo veinte, cuyo propósito era entrenar a las futuras generaciones militares que mantendrían a los estados de América Latina “libres” de la influencia comunista liderada simbólicamente en América Latina por Cuba y en la actualidad también por Venezuela.
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