poemas de Alan Ojeda
Miro mis ojos cansados y la barba crecida.
Las ojeras enmarcan la mirada seria.
Es un año de pérdida, de cuerpo cansado
del oficio de esperar. Temprano envejeció
mi rostro. Sólo el cabello crece con fuerza.
El resto del cuerpo lucha contra la piedra,
de la carrera de la edad harto escapa
y se diluye. De todo lo que tuve y lo que fui
quedo yo. De mí hago raíces en tierra nueva
y me muevo de forma intensa en la quietud.
Nadie ve esto ahora, crezco en el silencio.
Donde antes había amorosos testigos,
donde antes había hogar, ya no hay.
Fundo una nueva patria con desposeídos
donde los magros frutos son de todos.
No me doblego a la ley del desgaste:
más tendré para dar cuando menos tenga.
Toda bondad será bendecida en este desierto.
Llegó el momento de forjar un cuerpo nuevo.
Hubo, alguna vez, un hogar entre hogares.
En el agua nadó un cuerpo sin miedo
y en una piedra encontró reposo placentero.
Había fieras, sí. El león fue siempre un león.
Las manos se hincharon de trabajo
y la piel ardió varios días por el sol.
Ninguna vez el dolor fue algo ajeno,
ni lejano siquiera. No, no es eso
lo que ha roto el hogar, un día incierto.
Al aire cicatrizó toda herida en el lomo,
ninguna carne era blanda y débil
ante el mundo que empujaba, imagino.
Sutil era la resistencia del cuerpo
que se agitaba con gracia, incluso roto.
El miedo aún no había ganado.
Cuando se ha perdido la ternura
el mundo es áspero y hostil,
ya nada nos consuela.
Esperamos el ataque
con la prudente distancia del herido
Esperamos el puñal, la hiedra amarga
el chasquido del látigo entre el silencio
a traición
Nada es nido
Ningún viento nos acaricia
cuando se ha perdido la ternura.
Todos son cuchillos en el aire.
El río corre puro, pero olemos
la cicuta imaginaria del miedo.
Pero el guerrero ama en la guerra
hace el fuego en la noche y cuida la flor
cultiva la belleza
Salva lo bello del dolor.
Su filo es justo.
Todo lo que tengo es una imagen,
pero a nosotros sólo nos queda
el tiempo sucesivo,
la sombra del Tiber que vio Adriano,
el continuo desgranarse del tiempo
en la memoria, que es llevado
lejos
a otra patria.
No hay ritual pagano que ensamble
lo perdido y entregado
a la historia, esa pequeña historia
de pequeños nombres.
Otros levantarán un imperio ahí
y usarán nuestro polvo de sedimento.
¿Resistiremos, entonces, como piedras
para que otros vivan?
¿Será un gualicho esta piel
cargada de alba,
este cuerpo que espera ansioso la llegada
de otro cuerpo
y desespera
con la imagen de un ya no
de una palma que lo aleja?
¿Será un gualicho la pérdida del nombre
en el amor
y la clara resistencia a volver
a nombrarnos?
¿Sera un gualicho la resistencia de la carne
a encontrar otra carne
después de haber encontrado la suya?
¿Será un gualicho la ansiedad
la suerte fugitiva
en la que la noche termina
pero la oscuridad no?
¿Será un embrujo la parálisis del tiempo
en el tiempo
que no pasa el día
que no pasa ya nada más
entre estas paredes?
¿Sera una ilusión, hechicería
el vacío que perturba la soledad
como si hablara al oído
incesante, insistente
la tortura, el deseo?
Sólo me queda salir de mi
expulsarme de mi
salir del cuerpo
perderme en una explosión
Éxtasis
Practico un minucioso arte del olvido.
Limo las asperezas, las pulo con paciencia
y dejo la viruta y el polvillo caer
al suelo, que sostiene la pérdida voluntaria
recordándome cada vez menos lo que fue.
La viruta me mira a los ojos y el recuerdo
me dice traidor, por qué apartás de vos
esta piedra que soy yo. Y respondo yo
quiero ser un cuchillo para el aire frio
quiero mis ángulos afilados como ayer
cuando flexible mi presencia cortaba la luz
y mi perfil esquivaba sin peso la sombra.
Veo oculto mi filo en la palabra
que poco a poco se despereza y brilla
anunciándose al amor, al milagro y la paciencia,
sin peso y acariciando suave otra piel,
ya sin plomo, ya sin el peso muerto
preparado para abrir para alguien más,
forjado de nuevo y mejor, un viejo verbo.
Desde la carencia,
desde la falta total hice el milagro.
Germiné con arte y paciencia
un templo nuevo para habitar
juntos. Tuve que reconocerme
después de haberme construido,
repasar con el dedo los vértices
y las fisuras de este cuerpo nuevo
más sensible, más inflamable,
colmado de armas que desconozco
y siempre listo para el incendio.
Hice un templo para que ardiera
sólo para el fuego de tu mano.
Saludo al sol y le rindo pleitesía.
No por mí.
Pido que te alumbre. Doy gracias.
Entrego mi cuerpo al aire e imploro
No por mí.
Pido que lleve el verbo a tu boca. Canto.
Acaricio la tierra y le rindo culto.
No por mí.
Pido que te sea firme. Oro.
Compongo con murmullos a la luna y brindo.
No por mí.
Pido que te alumbre el sueño. Bailo.
Nunca retrocedo,
sólo me reconcilio con el cauce.
No retrocedo,
es un paso de baile, un giro,
un remolino en el río
en el que el agua gira para sí,
sobre sí,
y supera a la piedra.
Alguien me ha dado un nombre
para romperlo y encontrar la música.
Las letras se desgranan en la boca
y el murmullo que colma la lengua
me llama a donde aún no he llegado.
El nombre me invita a un baile,
a detenerme en el ritmo suave
cuando las cosas se descomponen solas
en el borde tibio de otros labios.
Sobre el autor:
Alan Ojeda (1991) Cursó el CBC en el 2009. Es Licenciado en Letras (UBA), Técnico superior en periodismo (TEA) y se encuentra cursando la maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos en la Universidad Nacional Tres de Febrero. Es docente de escuela media, periodista e investigador. Coordinó los ciclos de poesía y música Noche Equis y miniMOOG, y condujo el programa de radio Área MOOG (https://web.facebook.com/area.moog); colabora con los portales Artezeta (www.artezeta.com.ar), Labrockenface (www.labrokenface.com), Danzería (www.danzería.com), Kunst (http://revistakunst.com) y Lembra (http://revistalembra.com). Es editor de Código y Frontera. Publicó los poemarios Ciudad Límite (Llantodemudo 2014), El señor de la guerra (Athanor 2016) y Devociones (Zindo&Gafuri 2017). Actualmente se encuentra realizando investigaciones sobre literatura y esoterismo.