Existió una vez un ladrón, quien poseía un extraordinario y sublime talento para hurtar. Y, pese a que siempre robaba por las noches, nunca nadie supo nada sobre él: dónde nació, dónde creció, dónde murió. Nunca nadie supo ni qué se robó ni por qué robó; pues aun cuando siempre lo hizo, nunca dejó un sólo rastro.
Fue tan hábil en su arte, que todas aquellas personas a las que les robó, nunca notaron que habían sido robadas, por lo que podría decirse que nunca padecieron algún daño; de tal manera que sus víctimas, en realidad, nunca fueron víctimas de nada, aunado al hecho de que el ladrón sólo robaba aquellas valiosas posesiones que, para cada uno, se habían convertido ya en objetos carentes de valor.
Una vez el ladrón se preguntó si era necesario que el mundo se enterase de su existencia, pues quizá, en virtud de su hermoso talento, él debería merecer algún tipo de reconocimiento, aunque fuera desde el anonimato. Pero como su arte le había enseñado lo importante que era el pasar desapercibido, pensó que no; y así, vivió una vida abundante y feliz sin que nunca, nadie, se percatara de ello.
De igual manera, los hombres talentosos no necesitan de nadie ni de nada, pues su luz propia siempre los hará brillar en la obscuridad, incluso si siempre están solos.
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Excelente
El talento, brilla por sí solo
Muy buen desenlace. Me recordó a aquel Nadie que asesinara al Cíclope.
Me encantó!