Piedra y milagro

poemas de Alan Ojeda


Miro mis ojos cansados y la barba crecida.
Las ojeras enmarcan la mirada seria.
Es un año de pérdida, de cuerpo cansado
del oficio de esperar. Temprano envejeció
mi rostro. Sólo el cabello crece con fuerza.
El resto del cuerpo lucha contra la piedra,
de la carrera de la edad harto escapa
y se diluye. De todo lo que tuve y lo que fui
quedo yo. De mí hago raíces en tierra nueva
y me muevo de forma intensa en la quietud.
Nadie ve esto ahora, crezco en el silencio.
Donde antes había amorosos testigos,
donde antes había hogar, ya no hay. 
Fundo una nueva patria con desposeídos
donde los magros frutos son de todos.
No me doblego a la ley del desgaste:
más tendré para dar cuando menos tenga.
Toda bondad será bendecida en este desierto.
Llegó el momento de forjar un cuerpo nuevo.

Hubo, alguna vez, un hogar entre hogares. 
En el agua nadó un cuerpo sin miedo
y en una piedra encontró reposo placentero.
Había fieras, sí. El león fue siempre un león. 
Las manos se hincharon de trabajo
y la piel ardió varios días por el sol.
Ninguna vez el dolor fue algo ajeno,
ni lejano siquiera. No, no es eso
lo que ha roto el hogar, un día incierto. 
Al aire cicatrizó toda herida en el lomo,
ninguna carne era blanda y débil 
ante el mundo que empujaba, imagino. 
Sutil era la resistencia del cuerpo
que se agitaba con gracia, incluso roto. 

El miedo aún no había ganado. 

Cuando se ha perdido la ternura
el mundo es áspero y hostil,
ya nada nos consuela.
Esperamos el ataque
con la prudente distancia del herido
Esperamos el puñal, la hiedra amarga
el chasquido del látigo entre el silencio
a traición
Nada es nido
Ningún viento nos acaricia
cuando se ha perdido la ternura.
Todos son cuchillos en el aire.
El río corre puro, pero olemos
la cicuta imaginaria del miedo.


Pero el guerrero ama en la guerra
hace el fuego en la noche y cuida la flor
cultiva la belleza
Salva lo bello del dolor.
Su filo es justo.

Todo lo que tengo es una imagen,
pero a nosotros sólo nos queda
el tiempo sucesivo,
la sombra del Tiber que vio Adriano,
el continuo desgranarse del tiempo
en la memoria, que es llevado
lejos
a otra patria.


No hay ritual pagano que ensamble
lo perdido y entregado
a la historia, esa pequeña historia
de pequeños nombres.


Otros levantarán un imperio ahí
y usarán nuestro polvo de sedimento.
¿Resistiremos, entonces, como piedras
para que otros vivan?

¿Será un gualicho esta piel
cargada de alba,
este cuerpo que espera ansioso la llegada
de otro cuerpo
y desespera
con la imagen de un ya no
de una palma que lo aleja?


¿Será un gualicho la pérdida del nombre
en el amor
y la clara resistencia a volver
a nombrarnos?


¿Sera un gualicho la resistencia de la carne
a encontrar otra carne
después de haber encontrado la suya?


¿Será un gualicho la ansiedad
la suerte fugitiva
en la que la noche termina
pero la oscuridad no?


¿Será un embrujo la parálisis del tiempo
en el tiempo
que no pasa el día
que no pasa ya nada más
entre estas paredes?


¿Sera una ilusión, hechicería
el vacío que perturba la soledad
como si hablara al oído
incesante, insistente
la tortura, el deseo?


Sólo me queda salir de mi
expulsarme de mi
salir del cuerpo
perderme en una explosión


Éxtasis

Practico un minucioso arte del olvido.
Limo las asperezas, las pulo con paciencia
y dejo la viruta y el polvillo caer
al suelo, que sostiene la pérdida voluntaria
recordándome cada vez menos lo que fue.
La viruta me mira a los ojos y el recuerdo
me dice traidor, por qué apartás de vos
esta piedra que soy yo. Y respondo yo
quiero ser un cuchillo para el aire frio
quiero mis ángulos afilados como ayer
cuando flexible mi presencia cortaba la luz
y mi perfil esquivaba sin peso la sombra.


Veo oculto mi filo en la palabra
que poco a poco se despereza y brilla
anunciándose al amor, al milagro y la paciencia,
sin peso y acariciando suave otra piel,
ya sin plomo, ya sin el peso muerto
preparado para abrir para alguien más,
forjado de nuevo y mejor, un viejo verbo.

Desde la carencia,
desde la falta total hice el milagro.
Germiné con arte y paciencia
un templo nuevo para habitar
juntos. Tuve que reconocerme
después de haberme construido,
repasar con el dedo los vértices
y las fisuras de este cuerpo nuevo
más sensible, más inflamable,
colmado de armas que desconozco
y siempre listo para el incendio.
Hice un templo para que ardiera
sólo para el fuego de tu mano.

Saludo al sol y le rindo pleitesía.
No por mí.
Pido que te alumbre. Doy gracias.


Entrego mi cuerpo al aire e imploro
No por mí.
Pido que lleve el verbo a tu boca. Canto.


Acaricio la tierra y le rindo culto.
No por mí.
Pido que te sea firme. Oro.


Compongo con murmullos a la luna y brindo.
No por mí.
Pido que te alumbre el sueño. Bailo.

Nunca retrocedo,
sólo me reconcilio con el cauce. 
No retrocedo,
es un paso de baile, un giro,
un remolino en el río
en el que el agua gira para sí,
sobre sí,
y supera a la piedra. 

Alguien me ha dado un nombre
para romperlo y encontrar la música.
Las letras se desgranan en la boca
y el murmullo que colma la lengua
me llama a donde aún no he llegado.
El nombre me invita a un baile,
a detenerme en el ritmo suave
cuando las cosas se descomponen solas
en el borde tibio de otros labios.

Sobre el autor:

Alan Ojeda (1991) Cursó el CBC en el 2009. Es Licenciado en Letras (UBA), Técnico superior en periodismo (TEA) y se encuentra cursando la maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos en la Universidad Nacional Tres de Febrero. Es docente de escuela media, periodista e investigador. Coordinó los ciclos de poesía y música Noche Equis y miniMOOG, y condujo el programa de radio Área MOOG (https://web.facebook.com/area.moog); colabora con los portales Artezeta (www.artezeta.com.ar), Labrockenface (www.labrokenface.com), Danzería (www.danzería.com), Kunst (http://revistakunst.com) y Lembra (http://revistalembra.com). Es editor de Código y Frontera. Publicó los poemarios Ciudad Límite (Llantodemudo 2014), El señor de la guerra (Athanor 2016) y Devociones (Zindo&Gafuri 2017). Actualmente se encuentra realizando investigaciones sobre literatura y esoterismo.

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Un hombre se mira al espejo, y dice: “Mascota, ven aquí”

Sobre Los cuerpos del verano de Martín Castagnet

por Alan Ojeda

Este trabajo podría empezar así. Un hombre se mira al espejo, y dice: “Mascota, ven aquí”. A su cuello hay atada una correa que, a su vez, está enganchada en su mano. Acto seguido sale a caminar. Como un Golden Retriever, camina libre, paseándose a sí mismo. Sin embargo, no escapa ni se va demasiado lejos. A la vuelta de la esquina está, quizá, el verdadero dueño de la correa. Sin embargo ese dueño es “[…] traslúcido, inestable, viscoso” (Castagnet, 2012: 20). Como señala el narrador de Los cuerpos del verano (2012), de Martín Felipe Castagnet: “Mientras lo digo imagino una medusa. Millones de algas protegidas para siempre dentro de la campana de la medusa” (Ibídem). Este dueño parece una versión despersonalizada de Yivo, el extraterrestre planeta con genitáculos1 de la serie animada Futurama, puesto que ya no hay un poder central que ejerza el dominio, sino un habitar en un gran organismo. La relación entre el hombre y esa medusa es de co-dependencia.

Este trabajo pretende realizar un análisis de los problemas de las homeotecnologías (Sloterdijk: 2000) en relación con el mercado a través de la lectura una novela contemporáneas del escritor argentino Martín Felipe Castagnet: Los cuerpos del verano (2012). Esta ficción nos permitirá desarrollar posiciones estratégicas y reconstruir una ontología trascendental a partir de la cual plantear nuestro vínculo con el mundo y nosotros mismos frente al actual estado de la técnica.

Mercado, cuerpo e identidad

Si pensamos en estas novelas como lo que Josefina Ludmer llamó “ficciones especulativas”2, Los cuerpos del verano nos ofrece la experiencia de un mundo “post-humanos” o “ciborg”, donde podemos pensar el devenir de lo humano en una nueva etapa de la tecnificación de la vida. En esta novela la tecnología permite a los muertos entrar en un “estado de flotación” en internet, mientras su familia o el Estado (en algunos casos) les consiguen un nuevo cuerpo donde ser “quemado”3. Cada cuerpo puede ser quemado tres veces. Mientras tanto, el mercado de cuerpos ofrece una gran gama de posibilidades: cuerpos de todas las edades, cuerpos para satisfacer fetiches raciales, cuerpos de animales, etc. Para mantener el orden, existe un registro llamado Koseki4 que se encarga de mantener documentada a qué “identidad” designada por el Estado pertenece cada cuerpo, por si es necesario averiguarlo. Estado y mercado parecen fusionados. De esta manera, esta novela nos ofrece un panorama sobre múltiples temas: identidad, mercado, tecnología, poder y límites de la experiencia, entre otros.

Como señala Daniel Link en el prólogo de Escalera al cielo: “Mientras la literatura gótica interroga la muerte, la ciencia ficción se pregunta por la vida y sus posibilidades”. Sin embargo, el hecho pensar estas posibilidades se han visto dificultado por vestigios de una consciencia humanista que se niega a aceptar como positivos los devenires que considera “no-humanos” o artificiales, como los embodiments, modificación genética y la cibernética5, bajo la experiencia paranoica de “El Control”. Gran parte de las lecturas actuales, como señala Sloterdijk en “El hombre operable”, continúan personificando al Capitalismo, pensando en términos de una dialéctica de amo-esclavo y oponiendo lo natural a lo artificial:

La histeria, de hecho, consiste en la búsqueda de un amo contra el que poder alzarse. No se puede descartar que el efecto ‘amo’ esté en proceso de disolución, y subsista más que nada como el postulado del esclavo fijado en la rebelión, como izquierda historizada y humanismo de museo. En contraste, un principio de ala izquierda con algún signo de vitalidad debería reinventarse constantemente por medio de la disidencia creativa, así como el pensamiento del homo humanus sólo puede mantenerse en resistencia poética contra los reflejos metafísicos de la humanolatría. […] (Sloterdijk, 2000: 4)

A lo que agrega:

[…]Si ‘hay’ hombre es porque una tecnología lo ha hecho evolucionar a partir de lo pre-humano. Ella es la verdadera productora de seres humanos, o el plano sobre el cual puede haberlos. De modo que los seres humanos no se encuentran con nada nuevo cuando se exponen a sí mismos a la subsiguiente creación y manipulación, y no hacen nada perverso si se cambian a sí mismos autotecnológicamente, siempre y cuando tales intervenciones y asistencia ocurran en un nivel lo suficientemente alto de conocimiento de la naturaleza biológica y social del hombre, y se hagan efectivos como coproducciones auténticas, inteligentes y nuevas en trabajo con el potencial evolutivo. (Ibidem)

Por ejemplo, es inútil oponer, en términos de control y organización de las formas-de-vida, Mercado y Estado, ya que el estado es el garante del correcto funcionamiento del sistema. En última instancia podríamos, establecer formas de interacción: o el Mercado impone axiomáticas al estado, o el Estado impone axiomática al funcionamiento del mercado.

Estos problemas pueden observarse claramente en Los cuerpos del verano, que se inscribe dentro de una hipótesis liberal, donde el mercado es el que ofrece (aunque con las limitaciones que le son propias) líneas de fuga, exploración y desterritorialización a través de la venta de cuerpos y producción de órganos sintéticos que permiten prolongar y hasta abolir la muerte, mientras el Estado ocupa un mínimo rol de organizador de información y clasificación, re-territorializando las identidades-consciencias en un registro de cuerpos, el registro Koseki, e imponiendo unas mínimas leyes para el funcionamiento del uso de los cuerpos. De hecho, el mercado pena la pulsión de la “mismidad”. Dentro de la novela hay un grupo de personas llamados “panchamas”, palabra que designa a los seres que han decidido ser “quemados” en su antiguo cuerpo. Los panchamas son vistos por la sociedad como seres de mala suerte, sucios y similares a los animales. Esto implica pensar nuestras posibilidades, como lo hace Mark Fisher en Realismo Capitalista, a través de la frase de Tatcher: “No hay salida”. Partir de esta idea significa desarrollar una teoría inmanentista de la apropiabilidad de las condiciones materiales de existencia. No hay ahora (y quizás nunca la hubo desde el comienzo del proceso de globalización) alternativas de construcción identitaria fuera del mercado. Por ejemplo, en Los cuerpos del verano hay dos posibilidades de disolución de la identidad que ofrece la nueva organización de lo viviente. La primera es el estado de flotación donde “Una persona dentro de la red puede convertirse en un Buda, si evita las redes sociales y la pornografía” (Castagnet, 2012: 37). La segunda es resultado del pasaje de la consciencia de un cuerpo a otro. El ejemplo más claro es el de Rama, el narrador y personaje principal que, a lo largo de la novela habita en el cuerpo de una mujer gorda entrada en años, un africano joven y, por último, un caballo. Al final de la novela, en su “devenir-caballo”, el narrador dice:

Vera me llama “papá”. Gales me llama “abuelo”. Septiembre me llama “Ramiro”. Los chicos me llaman “Rama”. Cuzco continúa llamándome “señor”. Puedo oler cómo se disuelve mi ego. Los demás caballos no tienen un nombre para mí. El último miembro fantasma desaparece. (Idem: 114)

Es por eso que, para re-pensar nuestra relación con el mercado y “lo artificial” o la técnica, es necesario reconstruir una trayectoria del desarrollo tecnológico que exponga nuestro papel en relación a sus cambios, de la misma manera que Eric Sadin propone una “antrobología”, es decir una antropología-robótica en su libro La humanidad aumentada. En este caso, Peter Sloterdijk nos ofrece dos términos que nos ayudan a orientar esta reflexión: alotecnología y homeotecnología.

Las alotecnologías son aquellas tecnologías que necesitan violentar la materia para modificarlas. De alguna manera se orienta a la visión de la técnica utilizada hasta Heidegger. La alotecnología engloba desde un martillo hasta la bomba atómica: la técnica como un método que destruye para re-crear. Por otro lado, la homeotecnología surge desde el momento en el que “hay información”, es decir, datos objetivos sobre la materia, lo que permitiría aprovechar esa información para modificar la materia sin violencia. Un claro ejemplo es la manipulación genética, donde materia y forma no son dos elementos opuestos, sino que existe una única cosa: materia informada. Ese “hay información” implica un conocimiento objetivo que el hombre sufre como vejación (una nueva vejación a las tres que ya había señalado Freud) ya que se trata de una experiencia a-subjetiva. Incluso, podríamos pensar que el devenir-Buda en el estado de flotación, está relacionada directamente a esta circunstancia. La consciencia búdica en estado de flotación, libre de los límites corporales, casi indescriptible en términos humanos, es resultado directo de esa experiencia a-subjetiva, de estar en el flujo donde “hay información”. Asumir la condición ciborg implica pensar nuestra condición como hijos bastardos del capitalismo:

El ciborg se sitúa decididamente del lado de la parcialidad, de la ironía, de la intimidad y de la perversidad. Es opositivo, utópico y en ninguna manera inocente. Al no estar estructurado por la polaridad de lo público y lo privado, define una polis-tecnológica basada parcialmente en una revolución de las relaciones sociales en el oikos, la célula familiar. […] A la inversa de Frankenstein, el ciborg no espera que su padre lo salve con un arreglo del jardín (del Edén), es decir, mediante la fabricación de una pareja heterosexual, mediante su acabado en una totalidad, en una ciudad y en un cosmos. El ciborg no sueña con una comunidad que siga el modelo de la familia orgánica aunque sin proyecto edípico. El ciborg no reconocería el Jardín del Edén, no está hecho de barro y no puede soñar con volver a convertirse en polvo. […] Su problema principal, por supuesto, es que son los hijos ilegítimos del militarismo y del capitalismo patriarcal, por no mencionar el socialismo de estado. Pero los bastardos son a menudo infieles a sus orígenes. Sus padres, después de todo, no son esenciales. (Haraway, 1984: 4)

De esta manera, la tecnología no aparece como un simple método de control cada vez más sutil, sino como el ecosistema propio del ser humano que ha desarrollado nuevas formas de conocerse a si mismo y modificarse. Dentro de esta hipótesis liberal que nos ofrece Los cuerpos del verano, donde la única limitación real es el tipo de cuerpo al que podemos acceder gracias a nuestro poder adquisitivo, lo que se pone en juego es nuestra inteligencia creativa, es decir la posibilidad de operar sobre esas limitaciones. Muerta la idea de un “poder-central”, que organiza y vigila, al que oponernos, cuando las relaciones de poder se transforman en esa gran medusa que todo lo envuelve, el paso que debe asumir el individuo es el de la auto-producción. La tecnología es la piel que habitamos (“[…] observaba mi batería por primera vez, enchufada a mi cuerpo como una correa entre el perro y su amo”) (Castagnet, 2012: 11) y, por lo tanto, ya no hay una relación de sujeto vs objeto, donde uno se resiste al otro, sino todo lo contrario. Incluso, podríamos pensarlo en los términos de otro autor de ciencia ficción, Cordwainer Smith, como un “Proyecto de complementación humana”, idea que dio lugar al argumento principal de la serie de animé Evangelion, que también es uno de los materiales con los que trabaja la novela6.

Cuando Rama, el narrador dice que la tecnología “no es racional; con suerte es un caballo desbocado que echa espuma por la boca e intenta desbarrancarse cada vez que puede. Nuestro problema es que la cultura está enganchada a ese caballo.” (Idem: 32) exhibe, todavía, esos restos del pensamiento humanístico en los que la tecnología es una esfera separada de la cultura. Mientras concibamos nuestro ser-tecnológico como una esfera separada de lo humano y de la cultura, nos encontraremos desbarrancando. Asumirse ciborg implica entender que nosotros somos el caballo, la tecnología y la cultura. Es sobre esa premisa que nos volvemos, a un nuevo nivel, dueños de nosotros mismos y capaces de operar sobre nosotros como máquinas. Esto supone, antes que nada, la necesidad de una pedagogía tecnológica, la necesidad de devenir tecnólogos para poder pensar como verdaderos humanistas. Si el artificio es el lugar en el que habita el hombre (incluyendo ahí su conceptualización de eso que llama “naturaleza”), esta nueva variable halotecnológica hacia la que avanzamos rápidamente debe pensarse como un nuevo punto para pensar los nuevos límites de nuestra libertad y nuestras nuevas responsabilidades sobre este cuerpo-máquina hijo bastardo del mercado.

La identidad ya no es lo que era

En Starmaker (1933), la hermosa novela de ciencia ficción del inglés Olaf Stapledon, una consciencia logra alcanzar el estado de “consciencia universal” a través de un proceso similar al que podemos ver en Los cuerpos del verano: la consciencia del narrador descubre que puede despegarse de su cuerpo, y comienza a viajar en el tiempo-espacio hasta otros planetas y galaxias. En ese proceso también descubre que puede habitar cuerpos y experimentar nuevas sensaciones mientras dialoga con la consciencia del dueño original del cuerpo. Tarde o temprano las consciencias se fusionan y salen a buscar nuevos cuerpos. La capacidad de conocer lo diferente reside, principalmente, en la experiencia corporal, en el “habitar un cuerpo”. Esto quiere decir que el cuerpo aún posee una potencia irreductible para el conocimiento y que la experiencia de la consciencia depende, en parte, de él. Pensar lo contrario es, en cambio, volver a los viejos postulados cartesianos de res cogitans y res extensa. El cuerpo es una frontera, al mismo tiempo un límite y un punto de contacto, lo que nos sugiere que no hay solución en pensamientos o posiciones binarias, sino que se piensa dentro o en los límites del problema. En este caso, la novela nos ofrece la posibilidad de una superación de la identidad por dos vías. La primera es la vía ascética a-subjetiva, el estado de privación senso-corporal a través del “estado de flotación” donde, como en la película Her (Spike Jonze 2013), la consciencia como serie de datos con determinados principios y parámetros se somete al camino hacia el conocimiento absoluto gracias a la información disponible en la red. La nostalgia de este estado etéreo es lo que tensiona a los cuerpos “quemados” luego de un periodo largo de flotación: “[…]el periodo de abstinencia a internet luego del estado de flotación puede ser duro” (Idem: 13). La otra vía es la que podríamos denominar como “nomadismo somático”, a través del cual el individuo multiplica sus niveles de comprensión y sensibilidad con cada nuevo cuerpo habitado, tensionando su identidad hasta la disolución.

Como señalan Deleuze & Guattari en “Año 0”, en Mil Mesetas, la “rostridad”, el hecho de tener un rostro identificable, es decir una identidad, se encuentra directamente relacionada con las necesidades de organización estatal. Uno posee una identidad no tanto porque la desee (deseo que se crea posteriormente) sino porque necesita ser identificado. Si bien en un principio esta fue una condición sine qua non para organizar el mercado, podríamos decir que, actualmente, se ha cumplido el deseo de Friedrich von Hayek, como señala Josefina Ludmer en Aquí América Latina, es decir que el mercado se ha transformado en el único espacio-tiempo posible. Si antes la identidad era una cuestión de estado para organizar y ejercer el poder, ahora, flota como un bien dentro del mercado. Uno puede comprar un cuerpo y, por lo tanto, la experiencia de ese cuerpo. De lo contrario ¿Por qué penaría la sociedad la re-utilización del cuerpo propio si no fuera porque es necesario que así sea para mantener el tráfico de cuerpos en el mercado? En el sistema actual y hacia el cual nos dirigimos, nuestra única identidad es la de usuarios o consumidores, ambas dominadas por algoritmos. Entre esos algoritmos se encuentran nuestros deseos de identidad.

La novela de Martín Felipe Castagnet, Los cuerpos del verano, nos permite pensar el problema de la identidad desde una nueva perspectiva. El ciborg, nuestra condición actual como habitantes del mundo ¿Puede decir “yo soy” o es simplemente un choque heterogéneo de agenciamientos post-genéricos y post-identitarios? ¿Es la identidad una ficción tan comercializable como los best-sellers? ¿Qué hacer entonces? ¿Hay alguna resistencia que ejercer? ¿Contra quién? ¿Debemos optar, como los Panchamas, a pudrirnos con nuestro cuerpo mientras dure y quedar al margen del mercado o debemos superar la nostalgia humanista para aceptar nuestro futuro en un sistema homeotecnológico? En este caso, Los cuerpos del verano nos dice, nuevamente, que no hay salida. Ya es hora de mirarse al espejo, ponerse la correa y sacarse a pasear hasta que no nos interese si hay o no un dueño esperándonos a la vuelta de la esquina.

Notas

1 Los genitáculos son tentáculos con fines reproductivos.

2 “La ficción especulativa (un género moderno global, y en este momento latinoamericano, que hoy parece ser más fantasy que ciencia ficción) inventa un universo diferente del conocido y lo funda desde cero. También propone otro modo de conocimiento. No pretende ser verdadera ni falsa; se mueve en el como si, el imaginemos y el supongamos: en la concepción de una pura posibilidad” (Ludmer, 2010: 10)

3 N de A: El verbo quemar es el mismo que se utiliza hacer referencia al acto de grabar CDs o DVD´s.

4 El Koseki o Registro Familiar es, en la vida real, el registro más antiguo del mundo; durante más de un milenio, el gobierno japonés ha registrado los momentos más importantes en las vidas de todas las familias del Japón. El actual sistema de registro familiar se adoptó poco tiempo después de la restauración del Meiji en 1868. Actualmente, el Ministerio de Justicia usa el Koseki para registrar familias, seguir el rastro de nacimientos, matrimonios, muertes, convicciones criminales, etc.

5 Para profundizar sobre la noción de cibernética, leer La hipótesis cibernética de Tiqqun

6 https://revistatonica.com/2012/12/17/la-mitad-de-mi-novela-la-robe-de-evangelion/

Bibliografía

CASTAGNET, Felipe Martín, Los cuerpos del verano, Factotum, Argentina,2012

-HARAWAY, Donna, “Manifiesto Ciborg” (Versión digital https://xenero.webs.uvigo.es/profesorado/beatriz_suarez/ciborg.pdf)

-LUDMER, Josefina, Aquí América Latina, Eterna Cadencia, Argentina, 2010

-SLOTERDIJK, Peter, “El hombre operable” (Versión digital http://www.oei.org.ar/edumedia/pdfs/T12_Docu1_Elhombreoperable_Sloterdijk.pdf)

Sobre el autor:

Alan Ojeda (1991) Cursó el CBC en el 2009. Es Licenciado en Letras (UBA), Técnico superior en periodismo (TEA) y se encuentra cursando la maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos en la Universidad Nacional Tres de Febrero. Es docente de escuela media, periodista e investigador. Coordinó los ciclos de poesía y música Noche Equis y miniMOOG, y condujo el programa de radio Área MOOG (https://web.facebook.com/area.moog); colabora con los portales Artezeta (www.artezeta.com.ar), Labrockenface (www.labrokenface.com), Danzería (www.danzería.com), Kunst (http://revistakunst.com) y Lembra (http://revistalembra.com). Es editor de Código y Frontera. Publicó los poemarios Ciudad Límite (Llantodemudo 2014), El señor de la guerra (Athanor 2016) y Devociones (Zindo&Gafuri 2017). Actualmente se encuentra realizando investigaciones sobre literatura y esoterismo.

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