por Alan Ojeda
Introducción
El “progreso” de la humanidad ha sido acompañado siempre por una emoción que parece dirigirse, de forma paralela, en sentido contrario del tiempo: la melancolía. Mientras más violento es el avance hacia ese futuro indeterminado, más fuertes son también las reacciones melancólicas y de resistencia que parecen ligarse al sueño de un origen común, un espacio de calma y descanso o, al menos, una tierra virgen donde el hombre pueda encontrarse cara a cara con el comienzo de la historia. Las ficciones de los Mundos Perdidos parecen poner en juego “la expresión colectiva de los anhelos y esperanzas de la cultura que la acoge y acompaña” (McConnell, 2002:131). Entre la utopía y la distopía, estos espacios necesitan de una lógica interna que permita que se mantengan en pie. Cada Mundo Perdido goza de un equilibrio previo a la aparición del visitante/aventurero, posible, en primera instancia, gracias al aislamiento físico del espacio. Este equilibrio puede dividirse, a su vez, en dos subtipos: natural (donde la naturaleza, no intervenida por el hombre, parece nunca haberse modificado) y cultural (sostenido por una serie de etno-técnicas que cumplen una función coercitiva y niveladora). Este trabajo tiene como fin analizar la lógica de esos equilibrios y su efecto frente a la intromisión del hombre. Para eso se trabajará con El mundo perdido de Sir Arthur Conan Doyle y Horizontes perdidos de James Hilton, novelas que plantean dos modelos antitéticos que permitirán dar cuenta de la fortaleza de un sistema frente al exterior.
Las barreras naturales
Uno de los elementos más obvios de estas ficciones es, quizá, la cuestión geográfica de la delimitación que permite la existencia de un Mundo Perdido. Se identifican tanto por la existencia de una barrera natural que dificulta su acceso (en cada caso la dificultad está directamente relacionada con los límites tecnológicos de la época), como por la ausencia de una cartografía oficial. Cada espacio se establece en un límite perfecto para la literatura fantástica: su cartografía es posible, verosímil y a la vez incierta. Ese espacio debe representar también una otredad total que, a su vez, posee una conexión oculta con el presente. Por ejemplo, en el caso de El Mundo Perdido de Conan Doyle, esa meseta ubicada en Sudamérica representa el pasado de la humanidad, su pre-historia; en cambio, en Horizontes Perdidos de James Hilton, Shangri-La, ubicada en el interior de un valle en las inmediaciones del Himalaya, es un espacio mixto que reúne tanto los tesoros culturales de la humanidad como habitantes de oriente y occidente, lo que implicaría una cultura sincrética capaz de eliminar las divisiones entre ambos hemisferios. Si bien ambos espacios se encuentran en zonas geográficas aisladas y representativas de la otredad, ambas tienen una profunda relación con el afuera.
Podría decirse que la idea de Mundo Perdido es también un arquetipo, es decir una de las tanas imágenes originarias constitutivas del “inconsciente colectivo” que son comunes a toda la humanidad. Estos lugares parecen pretender referir una relación atávica con el espacio edénico, intentando, a su vez, suturar los espacios de división natural. En el caso de Horizontes Perdidos, el mismo título parece señalar un límite geográfico, alguna vez real y palpable, ahora lejano y casi fantástico. El concepto de “horizonte” se encuentra extrañado de su connotación temporal habitual de “futuro”. En pocas palabras, pareciera expresar que el camino del hombre ha sufrido un desvío, y que el futuro ya no es lo que era. También puede entenderse en su literalidad más pura, que nos ofrece un significado igualmente significativo: “Línea donde parecen confluir la superficie terrestre y el cielo”.
Estas condiciones, que oscilan entre la indeterminación y la limitación (aunque parezca un oxímoron) son la primer barrea de supervivencia frente a las contaminaciones del exterior. Vale la pena agregar que la creación de estos espacios es, en su mayoría, obra del azar de la naturaleza (el hábitat de los Vril, Shangri-La, la meseta sudamericana). La naturaleza misma se transforma en gestora de sus propios templos, situación que se combina, usualmente con la voluntad conservadora de los participantes de cada civilización de preservarse, de convertir el terreno en hábitat, interioridad. Ese último movimiento de re-territorialización es el que denominaremos como “procesos etno-técnicos”.
En El Mundos Perdido podemos leer:
No creo que eso sea muy oscuro. Solo cabe una explicación. Sudamérica es un continente granítico. En este sitio debe haberse producido en una remota era un desnivel, como consecuencia de un sismo. Estos acantilados, debo señalar, son basálticos y, en consecuencia, plutónicos. Una superficie tal vez tan grande como Sussex fue levantada en bloque con toda su flora y su fauna, y cortada con precipicios perpendiculares, de una dureza que resiste la erosión. ¿Cuál fue el resultado de esto? Pues que las leyes ordinarias de la naturaleza quedaron en suspenso. Los diferentes factores que influyen en la lucha por la existencia en todo el mundo quedaron neutralizados. (Doyle, 2011: 41)
Challenger deduce una razón azarosa para la creación de esa meseta. La naturaleza parece haberse cerrado sobre si misma evitando todo tipo de cambio. Si ser es devenir, ser-en-el-tiempo, esta meseta no es, al parecer, parte de este mundo. La naturaleza parece ser capaz, incluso, de atentar contra sus propias leyes y crear un estado de excepción capaz de generar un ecosistema equilibrado que asegure su auto-preservación.
En el caso de Horizontes Perdidos es posible encontrar una construcción similar:
Era posible que fuese, pensó Conway, la vista montañosa más terrorífica del Universo, y se imaginaba la enorme tensión de la nieve y los glaciares, contra los cuales la roca desempeñaba el papel de un muro de contención gigantesco.
Al otro lado, la pared montañosa continuaba descendiendo casi perpendicularmente en una hendedura que debía haber sido el resultado de un terrible cataclismo ocurrido muchos cientos de años antes. (Hilton, 1983: 66)
En una primera instancia ambos Mundos perdidos gozan de las mismas propiedades primarias: difícil acceso, accidente geográfico y, el símbolo más notorio del aislamiento, muros. Sin embargo, una vez adentro, el lugar también posee cualidades conservadoras. Así como es difícil entrar, también lo es salir. Los Mundos perdidos se cierran como una planta carnívora. La preservación se simboliza mediante dos acciones: expulsión y captura.
En consecuencia, no va a ser su armazón geográfico el responsable del fracaso o éxito de las formas de vida que lo habitan, sino su lógica interna. Mientras que la meseta de El Mundo Perdido de Conan Doyle está habitado por formas de vida primitivas y dinosaurios, en la Shangri-La de Horizontes perdidos, de Hilton, nos encontramos con una sociedad sincrética que ha perdurado siglos gracias a sus técnicas culturales. Sin embargo, la existencia de una cultura anterior a la llegada de los frailes capuchinos a Shangri-La –sus habitantes practicaban la fe budista- plantea otro problema: ¿los resultados casi milagrosos de preservación, pre-existía a la llegada de los misioneros nestorianos? En el caso de El Mundo Perdido, ¿qué relación mantiene con los “conquistadores”?
Esto nos invita a reflexionar sobre qué es lo que sucede en estos espacios “al margen de las leyes naturales” (Siebers 1989:30) cuando, como en “El perjurio de la nieve” de Bioy Casares, el perfecto equilibrio de ese lugar utópico y fantástico se ve perturbado por la intromisión de un grupo de individuos que viene a representar la realidad.
El contacto de dos mundos
Como hemos mencionado anteriormente, los Mundos Perdidos son una zona de excepción respecto de las leyes naturales, pero creados por la misma naturaleza. De esta forma cada territorio se constituye como una heterotopía, es decir un espacio de funcionamiento no-hegemónico que representa la alteridad, que están a la vez fuera y dentro del mundo, y son fenómenos a la vez físicos y mentales. Sin embargo, (la agregué) estos lugares no están totalmente aislados, por lo que se establecen zonas de contacto –casi siempre mínimas-, donde puede comenzar a plantearse una lógica de dominación o contagio, que se generan con la aparición de los aventureros –por voluntad propia o por azar-.
Según Jean-Yves Tadié, lo que importa de las novelas de aventuras no es “la reproducción de sucesos históricos, sino las de pasiones humanas elementales: el miedo, el valor, la voluntad de poder, la abnegación, el instinto de muerte y el amor” (Tadié, 1989:12). Esto diagrama, desde un comienzo, la respuesta del hombre al enfrentarse a lo desconocido. Frente a la otredad siempre habrá respuestas escépticas como sucede en el caso de los colegas científicos de Challenger o el joven Mallison. Esto sucede porque “la superstición no es una colección de creencias sueltas, sino una lógica unificada para diferenciar un elemento en un conflicto, representándolo como externo” (1989:50). Al momento del contacto de los aventureros con la heterotopía se producirá un conflicto entre rechazo y asimilación, en el que se pondrá en juego no sólo la aptitud del recién llegado para lidiar con lo nuevo sino también la capacidad de cada Mundo Perdido para realizar un trabajo alquímico de conversión con sus nuevos habitantes. Es por eso que, frente a la existencia de varios espacios, cada uno con una lógica particular, no podemos sostener la existencia de un solo tipo de aventurero y un solo tipo de respuesta. Por esto nos vemos obligados a, al menos en estas circunstancias, distinguir primero entre dos clases de héroes-aventureros.
Contra los estereotipos de cualquier novela clásica de aventuras, Horizontes Perdidos propone la creación de un héroe espiritual que podría ser un anti-héroe si se lo compara con cualquier otro personaje de novelas de Haggard, Salgari o London. Sin embargo, si se lo observa de forma detenida, podríamos decir que Conway sólo es la reformulación de las ideas tradicionales de aventura para darle un giro metafísico.
Para acercarnos a una definición de esta categoría, sería útil retomar a Simmel, quien considera que la aventura es una forma del experimentar:
El contenido que se desarrolla no consigue por sí solo que la aventura sea tal: que se supere un peligro mortal o que se conquiste una mujer con un poco de suerte, nada de ello tiene por qué ser, como tal, aventura. Sólo se transforma en ella cuando existe una cierta tensión entre el instinto vital a través del cual se realizan esos contenidos. Únicamente cuando una corriente que se mueve entre las más extremas y externas de la vida y su fuente más central de energía arrastra a aquellas y cuando esta coloración, temperatura y ritmo particular del proceso vital es lo realmente decisivo y deviene en cierto modo dominante sobre su contenido, se transforma el episodio de una vivencia en una aventura. (Simmel, 2002: 4)
Es habitual que esta definición derive en la típica concepción del héroe de aventuras cuyo vitalismo lo somete a una experiencia del “puro presente”, en el que cada episodio aparece aislado del resto de la vida (pasado y futuro), creándose así “una isla en la vida” (ídem:1). Ahí, como el jugador, el aventurero se somete a la falta de sentido tratando de imponer su sistema omnicomprensivo dentro del caos. Bajo estas ideas, sin mucha reflexión, podríamos ubicar a personajes como Allan Quattermain de Haggard –símbolo del cazador blanco- o al Challenger de Doyle quienes, si bien se entregan al devenir puro de la acción, logran imponer su ley sobre el mundo circundante.
En El Mundo Perdido, Challenger organiza una expedición armada que, pese a ser definida como una “invasión pacífica de la Tierra de Maple White” (Doyle, 2011: 99), para que el grupo sobreviva deberá imponer su voluntad a través de la violencia. La expedición se encuentra en la naturaleza en su estado pre-civilizatorio o análogo a la coexistencia de el hombre de cromañón y los neandertales. Es de público conocimiento que ambas especies estuvieron en contacto durante el Paleolítico Superior. Mientras unos se distinguían por su capacidad técnica, como pintar y crear herramientas más avanzadas (hombre de cromañón), los otros se destacaban por su mayor fuerza física (neandertales). Como somos testigos hoy en día, el hombre de cromañón -es decir la técnica- triunfó. No es muy difícil realizar una analogía entre hombres mono y neandertales, y hombres de cromañón y comunidad aborigen:
Tenía paredes cortadas a pico y un fondo nivelado de unos seis metros de diámetro. […] Después de tropezar y caer muchas veces, di con algo firme. Era una gran estaca clavada en el centro del pozo, cuyo extremo no pude alcanzar con la mano y que, aparentemente, estaba cubierta de grasa. […] Se trataba de una trampa obviamente hecha por el ser humano. (Ídem: 132)
Lo humano, para este caso, es sinónimo de técnica en el sentido heideggeriano: una forma de manifestar, descubrir e interpretar la realidad. Se establece una relación entre lo arcaico-animal (dinosaurios y hombres mono) – que representa la pura fuerza y violencia sin forma-, contra lo humano-técnico (expedición y comunidad aborigen) –que representan la técnica como forma de poder-. En definitiva El mundo perdido de Conan Doyle problematiza la “voluntad del poder”, pero lo hace realizando una síntesis ingeniosa. Challenger comparte características físicas y psicológicas con los hombres-mono: su aspecto y su agresividad:
-Creí que era el fin de todos nosotros, pero la actitud de Challenger inició un nuevo tipo de comportamiento entre los hombres-mono. Estuvieron un largo rato parloteando entre ellos. Luego uno de esos brutos se paró al lado de Challenger… Usted reirá, pero le doy mi palabra de que parecían parientes. Si no lo hubiera visto personalmente, no lo habría creído. Este viejo hombre-mono, el jefe de la tribu, era una especie de Challenger rojo, con todos los rasgos de nuestro amigo, si bien un poco exagerados. (Ídem: 140)
¿Qué nos quiere decir la obra con esto? ¿Por qué se produce esta asimilación? Antes de ese acontecimiento vuelve a formularse una hipótesis sobre el equilibrio de la vida en la meseta: “Podemos imaginar, entonces, que el equilibrio biológico se ha preservado debido a algo que limita la cantidad de estas criaturas feroces” (Ídem: 115). Dinosaurios, hombres-mono y aborígenes se mantienen en equilibrio en su relación triádica. Si bien el conflicto entre hombres-mono y aborígenes parece ser muy fuerte, hay un equilibrio entre técnica y fuerza bruta que ha permitido la coexistencia de ambas razas. En esta relación Challenger aparece como una síntesis. Su capacidad de dominio no es resultado de la técnica, tampoco de la fuerza bruta, sino de la posesión y el ejercicio de ambos en simultáneo. Podría decirse que, en un efecto casi cómico, el eslabón perdido no se encuentra en el pasado (el hombre-mono), sino en el presente, que a su vez es el futuro de esa meseta, es decir Challenger. Él es quien rompe el equilibrio y también quien es capaz de conquistar y reinar sobre todo lo existente en ese mundo salvaje.
Lejos de ser un hombre quien va en busca de un Mundo Perdido, podríamos decir que es éste el que demanda determinado tipo de héroe. El Mundo Perdido sólo es el destino fatal de un hombre que se encontrará con su Mundo Perdido, donde será rey. Como en todo relato clásico de héroes hay un caso de anagnórisis que puede ser explícita o no, pero forma parte de la relación de espejo que le genera al personaje descubrir, en esa alteridad, algo que lo involucra interna y externamente.
Entonces, volviendo al caso de Conway de Horizontes Perdidos, podemos empezar a bosquejar un héroe que elimine la visión estereotipada el héroe. Como pudo observarse, lo importante no es únicamente la voluntad conquistadora del hombre que se entrega pura y exclusivamente al devenir de las aventuras, a esa sucesión temporal aislada de lo que sucede en el resto del mundo, sino que eso es sólo una de las formas de poner la vida en juego, tensionando la linealidad de la experiencia vital, llevándolas a nuevas formas más extremas.
Si bien al comiendo de Horizontes Perdidos, el personaje principal será llamado “Conway el Glorioso”(Hilton, 1984: 8), su construcción posterior será más similar a un santo asceta, a un monje, que a un hombre amante de la aventura. Rápidamente es descripto como un personaje cuyas ataduras georgráficas y emocionales son nulas, dando lugar a la primera característica, el desapego:
No tenía nada apremiante que hacer en Peshawur ni había nadie que tuviese que verle con urgencia; por consiguiente, le era completamente indiferente que tardaran en el viaje cuatro horas o seis.
Era soltero; no se tendrían brazos cariñosos a su llegada. Poseía amigos; pero éstos limitarían a llevarle a su casino y hacerle beber. No le parecía mal la perspectiva, pero no le agradaba hasta el punto de obligarle a suspirar impaciencias (Ídem: 22)
El primer fragmento signa la relación intrínseca entre la experiencia del tiempo con aquello que nos ancla a un espacio. Se posee al mismo tiempo que se es poseído, por lo que cualquier pertenencia implica, de alguna forma, una clausura en el devenir.
La descripción se completa poco después, concluyendo esa imagen espiritualmente superior: “Había en su naturaleza un rasgo característico que algunos pudieran haber llamado pereza; pero no era precisamente eso. […] Conway era un apasionado de la paz, la contemplación y la soledad” (Ídem: 33-34). Desde un comienzo Conway exhibe las condiciones para ser catalogado como un bodhisattva, eso significa: alguien comprometido con el camino de Buda y, en la rama mahāyāna del budismo, alguien comprometido en reducir el sufrimiento ajeno. A diferencia de Challenger y su deseo por ser reconocido, “Conway era la antítesis de todos aquellos detentadores de marca mundiales que intentaban continuamente superar los ya batidos. Él se sentía inclinado a no ver más que vulgaridad en la afición occidental a lo superlativo” (Ibídem: 40). Por contraponerse casi punto por punto con Challenger no podríamos decir que su odisea no sea una aventura o que él no sea un héroe. Justamente, porque está en las antípodas podemos plantear la existencia de un héroe metafísico en una odisea espiritual.
Shangri-La, como hemos señalado, posee características geográficas similares a las de El Mundo Perdido de Conan Doyle pero en su interior el funcionamiento es diametralmente opuesto. Todo el camino desde Baskul hasta las inmediaciones de Shangri-La es lo más cercano que el lector va a estar de una novela de aventuras típica. Sin embargo, Conway no ofrecerá resistencia a lo sucedido, tampoco luchará por imponer su lógica o adueñarse de la situación. En pleno viaje en avión “Conway se sentía menos seguro de ser un hombre de verdad. Había cerrado los ojos con un agotamiento físico invencible, pero no dormía” (Ídem: 29). Su entrega a la aventura es pasiva, como la de un hombre reposando en el río mientras es llevado por la corriente. ¿Pero no es una entrega al fin y al cabo?: “Hay momentos en la vida en que uno abre su alma igual que si abriese un monedero en una noche de feria y se da cuenta de que la distracción, aunque costosa, resulta agradable” (Ídem: 60). Ahí aparece el rasgo fundamental: la experiencia por la experiencia en sí, la entrega de uno mismo como un acto de soberanía absoluto, el derroche como un acto anti-utilitario (anti-capitalista), similar a la lógica del potlach, extrayendo al sujeto de la experiencia lineal del mundo de causa-efecto/costo-beneficio.
Una vez camino a Shangri-La con la caravana, el mismo aire del lugar comienza a modificar, como si fuera una droga, la actitud de los recién llegados:
Había que respirar consciente y deliberadamente, lo cual, aunque desconcertante al principio, le proporcionó al poco rato una tranquilidad espiritual extraordinaria.
Todos los cuerpos movíanse en un ritmo único de respiración, avance y pensamiento; los pulmones supeditaban su funcionamiento a la armonía con la mente y los miembros. (Ídem: 59)
El cuerpo y la mente se ven obligados a coordinar, a establecer un pacto o reestablecer una relación antigua que, hasta ese momento, había sido olvidada. Si la meseta de los dinosaurios y los hombres monos requería de la fuerza y la violencia, Shangri-La convoca a todo lo contrario. Para poder lograr el cometido, primero es necesario entregarse sin pedir explicaciones, a lo que el contexto demanda ¿hay mayor ventura que la de entregarse sin imponer resistencia, a lo indecible, a la voluntad de otro desconocido? Nuevamente, como ya fue señalado en la relación entre Challenger y su destino de expedición, no es exactamente el aventurero quien impone las condiciones ni cómo deberá accionar. El Mundo Perdido tiene la presencia de un dios que elige, entre muchos, a su conquistador o, en este caso, a su sucesor. El hecho de que, contra toda lógica, el Lama lo reciba repetidas veces hasta elegirlo sucesor manifiesta una lógica que excede a la novela para manifestar algo del género. Cada mundo perdido es la expresión de los anhelos y esperanzas de un único ser, el héroe. Esto termina por confirmarse cuando se regresa a las primeras páginas de la novela en las que se narra la aparición sorpresiva de Conway con amnesia: Tenía en su rostro una expresión de indecible melancolía, una especie de tristeza remota e impersonal, un Wehmut o Weltohmerz (Ídem: 15). Weltschmerz es un término acuñado por un escritor alemán, usado para expresar la sensación que una persona experimenta al entender que el mundo físico real nunca podrá equipararse al mundo deseado como uno lo imagina. El término también es utilizado para denotar el sentimiento de tristeza cuando se piensa en los males que aquejan al mundo. El significado moderno de Weltschmerz en la lengua alemana, es el dolor psicológico causado por la tristeza que puede sufrirse cuando se comprende que las propias debilidades son causadas por la crueldad del mundo y circunstancias físicas y sociales. En muchos niveles puede identificarse ese lazo espiritual entre el héroe y su lugar de destino. No hay sólo un motivo narrativo lógico –el aventurero tiene que viajar y triunfar (o no), frente a lo desconocido o no hay narración-, sino un vínculo específico que une de forma arquetípica un lugar a un hombre. En esa zona de excepción, el aventurero puede ser de forma plena. No sólo se reconoce, se mimetiza, sino que también se expande hasta vibrar en la misma frecuencia que todo el espacio. Entonces, en ese momento, el hombre se transforma en la sinécdoque del Mundo Perdido. Conway es el “eslabón perdido” de Shangri-La. Es por eso que al llegar poco a poco comienza a descubrir esa sensación o experiencia que los japoneses llamarían “shinto”, sentirse como en casa.
Etno-tecnicas: supervivencia y destrucción
Como hemos señalado con anterioridad, el equilibrio de estos espacios parece pender de un hilo. Aislados del resto del mundo, como un cuerpo que nunca ha sufrido ninguna infección y su sistema inmune se mantiene virgen, parecen correr la suerte del cristal y lo frágil: la posibilidad de hacerse pedazos como el cristal. Sin embargo, esta no es una afirmación universal. Cada Mundo Perdido posee, como se ha podido verificar, una lógica interna particular. Podemos encontrar poblaciones en estado salvaje (El Mundo Perdido), sociedades altamente tecnificadas (Vril), organizadas gracias al monopolio del poder mágico (She) y altamente codificadas mediante rituales y un sistema de creencia que actúa de forma omnicomprensiva (Horizontes perdidos). Esta es la segunda barrera frente a la posible invasión del afuera. Superada la muralla/división material queda, queda la espiritual-cultural.
Los casos de El Mundo Perdido y Horizontes Perdidos, se encuentran en ambos extremos. En el primero reina la violencia y la ley del más fuerte –una visión que podría calificarse de darwiniana-, mientras que en el segundo nos encontramos con un sistema de carácter utópico, altamente organizado y codificado culturalmente capaz de hacer frente a la presencia de la otredad externa, de modo tal que pueda, el mejor de los casos, envolverla e incluirla. ¿Cómo sucede esto? Para explicarlo será conveniente establecer una situación hipotética. ¿De qué manera respondería cada uno de estos mundos frente a la invasión del hombre moderno?
El Mundo Perdido de Doyle, como señalamos anteriormente, está constituido por tres grupos: dinosaurios, aborígenes y hombres-mono. La intromisión de Challenger, lo único nuevo que lleva a ese mundo es la fuerza de las armas. Es decir, el desarrollo más alto de la técnica al servicio de la dominación. La violencia salvaje y natural es combatida con violencia tecnificada. Fuera de eso no se percibe ningún otro tipo de relación de dominio. Pese al peligro que implica ese mundo, la falta de desarrollo cultura en la meseta lo hace permeable a la destrucción, antes que a la dominación. Esto se debe a que el ejercicio de la violencia en la meseta es casi a-sistemático, simplemente coexisten formas-de-vida con potencias opuestas, cuya existencia perdura en detrimento de las otras.
En Horizontes perdidos encontramos lo contrario. Shangri-La se funda en un proceso de asimilación. Cuando se refiere a las misiones religiosas de los frailes capuchinos al valle, Perrault señala: “Los habitantes practicaban la fe budista, pero no se negaron a escucharle y logró un éxito notable” (Hilton, 1984: 145). Desde un primer momento, la fundación de Shangri-La es un proceso sincrético entre el budismo y la fe del cristianismo nestorniano. Este origen es fundamental para sostener lo que será después la meta de este espacio utópico: proteger los tesoros de la humanidad.
En una conversación con Conway, Perrault dice:
Él previó un tiempo en que los hombres, delirantes con su técnica homicida, desahogarán su furia mecánica sobre la tierra de tal forma, que todas las cosas preciosas se hallarán en peligro, como todos los libros, cuadros y maravillas, los tesoros reunidos durante milenios, los objetos pequeños, delicados, frágiles, todo se perdería como los libros de Livy o serían arrasados como los ingleses arrasaron el Palacio de Verano de Pekín (Ídem: 173)
A esta cultura tecnificada del mundo moderno, se contrapone la de formación humanista del fundador de Shangri-La, el mismo Perrault:
Antes de dedicarse a las misiones orientales había estudiado en París, Bolonia y otras Universidades, habiendo adquirido una sólida cultura. […] Era aficionado a la música y a las artes, poseyendo una aptitud especial para los idiomas, y antes de decidirse por su vocación, había gustado todos los placeres que podía ofrecerle el mundo. (Ídem: 146)
De esta manera, Perrault se transforma en el canal de fusión de las culturas, funciona como catalizador. Sin embargo, esto no depende de una voluntad sino de un saber-poder. La ética cristiana, combinada con un ejercicio total de la mesura como forma de vida funcionan como base para la construcción de las relaciones interpersonales. Contra las pasiones que dominan El Mundo Perdido de Doyle, nace el espacio de preservación de Shangri-La. La novela ya da indicios de una primera catástrofe posterior a la primera guerra mundial como resultado de la inhumanidad del sistema económico: “Es muy difícil cuando todo el juego se ha hecho pedazos” (Ídem, 133). Frente a esto, Perrault funda un gobierno donde, como para Platón, gobiernan los mejores y no los más fuertes. Los beneficios son múltiples: no solo se puede gozar de la armonía y de un nivel de vida excelente, sino que la moral de Shangri-La no censura los placeres. Sin embargo, la ausencia de todo exceso los volvería imperceptibles frente al ojo imperial: “no habrá ni escape ni santuario, salvo aquellos demasiado secretos para ser hollados, o demasiado humildes para ser advertidos” (Ídem: 220).
Perrault entiende que la violencia y la técnica han deshumanizado al hombre, y que lo único que puede reconstruir su humanidad es la “cultura” entendido en sentido humanista más clásico. Como espacio de encuentro, Shangri-La permite y fomenta el dialogo intercultural. Lo que distingue a la comunidad es estar fundada en un plan que podríamos decir contra-cultural. Si, como señalaba Marcuse, la cultura es afirmativa –es decir que comprende también todo eso indeseable y que también hace dificultoso el cambio-, Shangri-La es contra-cultural, en tanto invierte la concepción occidental de civilización y prioriza otros valores. A esto se le suma una ventaja: la prolongación de la vida. Shangri-La es un ecosistema que también actúa sobre los cuerpos. No solo es el aire el que invita a alterar el ritmo de la respiración de sus visitantes, sino que también el tiempo comienza a actuar mucho más lentamente sobre los cuerpos. Podríamos decir que Shangri-La se ha apropiado de dos grandes técnicas de la modernidad: la biopolítica y la psicopolítica. La primera actúa sobre el cuerpo y sus condiciones de vida, la segunda sobre la psiquis. Entre ambas mantienen un equilibrio entre nivel de vida y disciplina que es necesaria para mantener el orden.
La prueba del éxito del Shangri-La es su propia existencia y la armonía de su civilización. Son pocos los casos, como Mallison, que se resisten a los encantos y beneficios de una vida en armonía. Mallison se asemeja, por sus pasiones y creciente violencia, a Challenger. Sus arrebatos pasionales sólo son una muestra de aquella “educación sentimental” occidental que ve en la acción y la destrucción un valor. Mallison es el ejemplo del héroe violento que, si bien podría triunfar sobre el Himalaya real, nunca podrá hacerlo contra el Himalaya del espíritu. Sin embargo, la estructura de la sociedad del valle es muy fuerte como para ser perturbada por él. Shangri-La, como Ghandi, opone una resistencia pasiva que termina por expulsarlo.
En pocas palabras, más allá de las especificidades geográficas que dificulten el acceso, Horizontes Perdidos propone una utopía que, lejos de ser conservadora culturalmente, busca ser omnicomprensiva, por lo que necesita de un proceso de sincretismo continuo, que le permita absorber e implementar todo conocimiento humano útil para la preservación del hombre.
Conclusión
A lo largo de este trabajo se han desmontado las técnicas de auto-preservación y las formas de relación con el mundo exterior que caracterizan a un Mundo Perdido. De la misma manera que cada uno parece nacer de las pasiones humanas elementales, en ese mismo movimiento de representarlas, se exponen sus debilidades y fortalezas como principio estructurador de una sociedad. El Mundo Perdido de Conan Doyle pone en juego las pasiones de conquista propias del S XIX. En el acto desesperado por imponer la “civilización”, sólo ha destruido y duplicado la barbarie. Con esa misma pasión, el S XIX ha impulsado los conflictos del S XX, pariéndolo como un hijo entregado a resolver, sea como sea, aquellas tensiones que produjo el siglo anterior. Los resultados fueron obvios: Primera Guerra Mundial, Segunda Guerra Mundial. Esta relación queda expuesta en el resto “salvaje” que posee Challenger y que lo impulsan a actuar. Ese resto es “lo incivilizable”, eso con lo que también se encuentra al estar cara a cara con los hombres-mono, ese resto que es representado como algo que únicamente puede ser gobernado con una violencia superior –solución que se mantendrá vigente en todos los intentos de conquista occidental hasta el nacimiento de la industria cultual-. Por otro lado Horizontes Perdidos de James Hilton, publicada en las puertas del auge nazi en Europa, inmediatamente después del “Martes Negro” (Octubre de 1929), problematiza la herencia cultural occidental poniendo frente al espejo cuales son las consecuencias de su cosmogonía y su plan para la humanidad. Si El Mundo Perdido instala la violencia como acto heroico pero deja entrever la peligrosidad de su ideología, Horizontes Perdidos, ya con plena consciencia de las falencias del sistema y se presenta ya no como mundo a conquistas sino como espacio de salvación. Para eso debe realizar una intensa búsqueda en la memoria de la humanidad (archivismo), y reorganizar el imaginario utópico en torno a todos los saberes útiles al hombre para su cultivo espiritual. Es por eso que, antes que todo, Shangri-La aparece como una comunidad filosófica-artística, ya que es ahí donde pueden rastrearse los sueños de la humanidad, ese horizonte perdido al que habrá que volver al momento en el que la ilusión del mundo que propone el sistema actual se rompa.
Por último, solo cabría señalar que los mundos perdidos son espacios de reflexión, donde el lector sutil podrá leer su pasado y, por qué no, su futuro. Su fuerte relación con la literatura utópica nos invita a pensar ¿por qué parecemos, actualmente, incapaces de gestar la empresa de una creación artística similar? ¿Habrán muerto todas las utopías? ¿Habremos sido atomizados al punto de sólo ser capaces de crear islas menores, débilmente conectadas entre sí? Reconocer las falencias de nuestras propias pasiones representadas de forma sistemática nos permite evitar caer en la equivocación nuevamente. Un mundo perdido es tan resistente, honorable y durable como puede serlo la pasión con la que se lo construyó, tan como nuestro propio mundo. El hombre que llega a él no se encuentra sino en el mundo bajo un microscopio, donde todo aumenta lo suficiente en tamaño e intensidad, como para que logre verse en el espejo en cada detalle.
Bibliografía
- Doyle, Arthur Conan. El Mundo Perdido, Buenos Aires: Robin Hood, 2011
- Hilton, James, Horizontes Perdidos, España: Plaza & Janes, 1984.
- McConnell, F. “Los leopardos y la historia: el problema de los géneros cinematográficos” en El cine y la imaginación romántica. Barcelona: G.G., 2002.
- Siebers, T. en Lo fantástico romántico. México: F.C.E., 1989
- Simmel, G. “Para una psicología filosófica” en Sobre la aventura. Barcelona: Península, 2002.
- Tadié, J. “Introducción”, en La novela de aventuras. México: F.C.E., 1989.
Sobre el autor:
Alan Ojeda (1991) Cursó el CBC en el 2009. Es Licenciado en Letras (UBA), Técnico superior en periodismo (TEA) y se encuentra cursando la maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos en la Universidad Nacional Tres de Febrero. Es docente de escuela media, periodista e investigador. Coordinó los ciclos de poesía y música Noche Equis y miniMOOG, y condujo el programa de radio Área MOOG (https://web.facebook.com/area.moog); colabora con los portales Artezeta (www.artezeta.com.ar), Labrockenface (www.labrokenface.com), Danzería (www.danzería.com), Kunst (http://revistakunst.com) y Lembra (http://revistalembra.com). Es editor de Código y Frontera. Publicó los poemarios Ciudad Límite (Llantodemudo 2014), El señor de la guerra (Athanor 2016) y Devociones (Zindo&Gafuri 2017). Actualmente se encuentra realizando investigaciones sobre literatura y esoterismo.